domingo, febrero 26, 2017

LA FASCINACIÓN POR EL MAL: MI EXPERIENCIA PERSONAL DISFRAZADO DE DONALD TRUMP




Bien, amigos, aunque yo no soy mucho de la fiesta de Carnaval -creo que en toda mi vida me habré disfrazado tres o cuatro veces-, este año me he animado a participar en ella.

Hace un mes o así me tropecé en internet con unas máscaras muy realistas de Donald Trump, así que me compré una. Adquirí también una corbata roja y hasta una gorra roja de "Make America Great Again" y ayer salí a la calle a divertirme un poco y, sobre todo, ver la reacción de la gente al verme. Tengo que deciros que ha sido toda una experiencia, que me ha provocado algunas sesudas reflexiones.

Lo que me sorprendió es que, desde el primer momento, había gente que me pedía hacerse una foto a mi lado, o se hacían selfies conmigo. Curiosamente, las que más lo hacían eran chicas muy jóvenes, así como algunos chavales, todos entusiasmados con la posibilidad de hacerse una foto con un falso Trump.

Yo había salido de casa pensando que la visión de este controvertido personaje iba a provocar rechazo, pero me encontré más bien con lo contrario. Hasta había niños que se alegraban de reconocerme y me saludaban.

Por encima de esa capa de la población de menor edad, las reacciones de los hombres de más de treinta años, y algunas mujeres, eran opuestas a mi disfraz, con miradas de reprobación. En dos ocasiones se me acercaron y me hicieron un gesto cruzando los dedos, imagino que haciendo la señal de la cruz, exorcizándome como si fuera el diablo en persona. Pero también varias mujeres me pidieron hacerse fotos conmigo.




En todo caso, no pasé desapercibido, y mi presencia iba despertando reacciones en uno u otro sentido.

Aunque no soy sociólogo y mi estudio adolece quizás de debilidades metodológicas, me voy a arriesgar a lanzar algunas hipótesis.

Como he apuntado, me sorprendieron las reacciones favorables, de clara simpatía, sobre todo entre los más jóvenes. Eso es extraño teniendo en cuenta que la práctica totalidad de los medios españoles han trasladado a la opinión pública una imagen muy negativa de Trump (si es con razón o no, no viene ahora al caso). Es presentado a diario como una persona autoritaria, insolidaria, racista, retrógrada u homófoba, pero aun así, como ayer comprobé, no sólo no despierta rechazo entre una parte de la población, sino que posee algo que podríamos llamar carisma.

Me pregunto, por ejemplo, cuál hubiera sido la reacción de la gente si hubiera ido disfrazado de Hillary Clinton o de Barack Obama, dos personajes que han sido presentados por la prensa desde una óptica favorable. ¿Me hubieran pedido más selfies?

La situación me recordó a la de la película HA VUELTO, en la que un Hitler resucitado pasea por el centro de Berlín, entre las simpatías populares, a pesar de conocer todos su negro pasado:




¿Cuál es el motivo por el que estos personajes despiertan esa especie de simpatía? Es posible que sea la fascinación que despierta el mal. En las películas, los malos siempre resultan más atractivos que los buenos, y no es raro identificarse con ellos.

Pero podríamos ir más allá. En el mundo actual, los tradicionales prescriptores de opinión están fracasando estrepitosamente. Lo hemos visto en los casos del Brexit, Colombia y ahora Trump. Sencillamente, la gente ya no les hace caso. Gracias a los recursos informativos casi infinitos de que disponemos gracias a Internet, lo que digan los editoriales de los periódicos o los más reputados columnistas o tertulianos nos da igual. Hace pocos años, un editorial de El País podía mover montañas; hoy levanta montañas de indiferencia.

Eso ha llevado a que la gente, cada día más desconfiada con todo lo que huela a establishment, haga exactamente lo contrario de lo que se le exige desde esas tribunas oficiales.

Los ciudadanos escogen hoy para informarse u orientarse medios insólitos, como Twitter, un youtuber, confidenciales... Por ejemplo, tanto yo como mis amigos seguimos la web del canal de TV ruso RT porque no nos fiamos de la información que brindan las grandes agencias de prensa. Igualmente, para saber si una película es buena o no, ya nadie hace caso de los críticos del Fotogramas, como antes, sino que acude al Filmaffinity, que recoge directamente las opiniones de los espectadores que la han visto.

Con esta atomización, la gente es más difícil de controlar y se resiste a obedecer. Así, si todos los medios hablan horrores de Trump, se puede dar precisamente una reacción contraria, que quizás sea difícil de detectar en las redes sociales debido a la espiral del silencio, pero que sí se hace presente en el momento secreto de ejercer el voto, o de pedirle un selfie a un tío disfrazado del presidente norteamericano.


viernes, febrero 17, 2017

PIOTR MAGGO, EL CHEKISTA QUE DISFRUTABA CON SU TRABAJO




Como bien sabéis, uno puede sentirse muy afortunado si ha conseguido trabajar de lo que le gusta. Si uno siente pasión por lo que hace, y además le pagan por ello, ha dado un paso muy importante para ser feliz.

Eso es lo que debía pensar un personaje que ya conocía de antes, pero que hoy me he vuelto a tropezar con él trabajando en mi próximo libro que, si los dioses quieren, estará el próximo otoño en las librerías.

Se trata del letón Piotr Ivanovich Maggo (lo de Maggo debía ser el alias, pero no lo he podido confirmar, también lo he visto como Maggi). Nació en 1879 en el seno de una rica familia de agricultores. Se alistó como voluntario en el ejército ruso durante la Primera Guerra Mundial. Durante su juventud no había mostrado interés por la política, pero la Revolución Rusa le convirtió en un bolchevique de pro. En 1918 se unió a la Cheka para acabar con los "enemigos de la revolución" . Su crueldad y su voluntad de matar personalmente a los contrarrevolucionarios llamó la atención de su jefe, Félix Dzerzhinsky, quien lo nombró su guardaespaldas.

En 1920 fue nombrado director de la Lubianka. Pese a no tener que tomar parte en las ejecuciones, lo hacía voluntariamente. Los testigos que conocían a Maggo afirmaron que quería ejercer dicha actividad por el placer de matar.

A menudo trabajaba los fines de semana y los días festivos. A diferencia de otros ejecutores del OGPU -la organización que había sucedido a la Cheka en 1922-, no tenía reparos en disparar a las mujeres. Solía recurrir al vodka para mantener el ánimo durante toda la jornada. Después de cumplir con su tarea, acostumbraba a salir para acabar de emborracharse, después de aplicarse una buena cantidad de colonia barata para quitarse el olor de la sangre y la pólvora.

Se cuenta que, llevado de su frenesí asesino, en mitad de una sesión confundió a un agente del NKVD llamado Popov con un sentenciado a muerte, ordenándole colocarse contra la pared para ser ejecutado, y diciéndole a gritos que, si no se daba prisa, le dispararía allí mismo; el aterrorizado Popov consiguió a duras penas calmar a su exaltado colega y evitar así ser ajusticiado por error.

Su pulsión asesina contrastaba con su aspecto bonachón y su carácter tranquilo y educado; con sus gafas y su barba parecía más un médico o un maestro de pueblo.

Las ejecuciones realizadas por los chekistas seguían un mismo patrón. Los prisioneros eran sacados de uno en uno de sus celdas y conducidos a una sala, la denominada “habitación Lenin”. Pintada de rojo para disimular las salpicaduras de sangre, estaba acolchada para que los demás prisioneros no pudieran escuchar el sonido del disparo ejecutor, y el suelo de hormigón estaba inclinado para facilitar el drenaje.

Allí, el reo era obligado a arrodillarse, de cara a la pared. Entonces entraba en escena el verdugo, que solía llevar delantal de carnicero de cuero, para no mancharse con la sangre. Con el prisionero dispuesto para la ejecución, el verdugo, sin mediar palabra, colocaba su pistola en la base del cráneo y disparaba maquinalmente.

El cuerpo sin vida era retirado hacia el exterior a través de una portezuela y cargado en un camión. Entonces se procedía a limpiar la “habitación Lenin” con una manguera, dejándola preparada para una nueva ejecución. Todo el proceso duraba apenas tres minutos.



Maggo era un hombre entregado a su trabajo. Sin embargo, su vida se torcería inesperadamente en 1924, cuando fue destinado al Consejo Supremo de la Economía Nacional, en donde ya no podía matar a nadie. Me imagino al bueno de Maggo poniendo sellos todo el día, en un sórdido despacho de un oscuro negociado, sin más expectativa vital que sumar trienios y soportando que sus amigos le dijeran "no te quejes, que eres funcionario".

Pero Maggo no se sentía realizado con ese alienante trabajo y en 1931 solicitó regresar al OGPU como agente para "tareas especiales“, es decir, verdugo, su auténtica vocación. Afortunadamente para él, la petición le fue concedida y en poco tiempo fue ascendido a capitán en la OGPU.

Se calcula que Maggo ejecutó cada día entre tres y quince condenados a muerte. Su técnica personal consistía en disparar al reo en la nuca al mismo momento que le propinaba una fuerte patada en la espalda para derribarle; de ese modo evitaba que le salpicase la sangre. A lo largo de su carrera como verdugo debió matar a unas diez mil personas. Aunque parezcan muchas, otro ejecutor, Vasili Blojin, alcanzó la cifra de veinte mil, lo que le valdría en 2010 el dudoso honor de figurar en el libro Guinness de los récords como “verdugo más prolífico”.

Aquí tenéis a Blojin:



En reconocimiento a sus méritos, Maggo fue condecorado en 1936 con la Orden de la Estrella Roja y en 1937 con la Orden de la Bandera Roja. Al igual que en el caso de Blojin, Maggo sirvió a las órdenes de los jefes del NKVD Yagoda y Yezhov sin verse afectado por las purgas que acabaron con ellos.

En esta foto podéis ver a Maggo en el centro de la fila inferior, rodeado de un auténtico Dream Team de matarifes: Ernest Mach, Ivan Shigalev, Alexander Yemelyanov, Vasily Shigalev e Ivan Antonov.




Tan sólo se echa en falta al crack Blojin, así como a otro artista del tiro en la nuca, Sardion Nikolaevich Nadaraya.

Como jefe personal de la guardia de Lavrenti Beria, Nadaraya se dedicó a la creación de cámaras de tortura y a la ejecución de detenidos. Se cree que pudo haber acabado también con la vida de unas diez mil personas.




Volviendo a la brillante carrera de Maggo como ejecutor, ésta acabó abruptamente en 1940, oficialmente porque su tarea fue encomendada a los militares, pero parece ser que Beria tuvo algo que ver con esa jubilación forzosa.

Aunque Maggo envió una desesperada petición al padrecito Stalin implorándole poder seguir con la dedicación que tanto le motivaba, éste dejó la respuesta en manos de sus colaboradores, quienes le respondieron que el líder soviético "tenía sus propios problemas".

Deprimido por su destitución como verdugo, Maggo se abandonó definitivamente a la bebida, muriendo de cirrosis en 1941.

Como epílogo, si os gusta el tema, no podéis dejar de ver esta película que ya recomendé aquí no hace mucho, EL CHEKISTA. Que la disfrutéis.


lunes, febrero 06, 2017

RIPHAGEN (2016): UNA PELÍCULA BASADA EN HECHOS REALES QUE TENÉIS QUE VER (SIN LEER NADA ANTES)



Bien, amigos, después de la dura entrada anterior, comenzamos la semana con una recomendación fílmica.

Se trata de la película holandesa RIPHAGEN (pronúnciese Ripaguen), dirigida por Pieter Kuijpers el año pasado, así que es bien reciente.



Yo no conocía la cinta, pero un amigo me dio el aviso y no me lo pensé. Trata de las andanzas de Dries Riphagen, un criminal holandés que colaboró con los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

Este es el pájaro en cuestión:



Como digo en el título, está basada en hechos reales, pero creo que es muy importante que no busquéis información sobre este personaje hasta después de ver película (os pediría también que, si hacéis algún comentario, no contenga spoilers).

Aunque no es una producción ambiciosa, te atrapa desde el primer momento y no te suelta hasta el final. Una de las claves es la excelente interpretación del protagonista, Jeroen van Koningbrugge, que consigue hacerse realmente odioso, pero es que las otras actuaciones resultan también muy convincentes.




Aquí tenéis el tráiler:




Pues ya sabéis, si queréis disfrutar de una buena película, descubrir este repugnante personaje histórico y aprender cosas sobre la ocupación de Holanda, no os la perdáis.

jueves, febrero 02, 2017

BULLENHUSER DAMM: EL SÓTANO DEL HORROR




Bien, amigos, he tardado un poco en subir mi última entrada dedicada a mi pasado viaje a Hamburgo, pero podréis comprobar que la espera ha valido la pena.

Hoy vamos con el relato de unos hechos que os pueden poner mal cuerpo, pero es lo que ocurrió y así hay que contarlo. Aunque no me gusta subir entradas demasiado largas, hoy haré una excepción.

El distrito de Rothenburgsort, en Hamburgo, resultó prácticamente destruido durante la apocalíptica campaña de bombardeos aéreos que sufrió la ciudad en el verano de 1943, conocida como la Operación Gomorra. Ese barrio populoso, habitado por trabajadores del puerto, en apenas unos días se vio reducido a escombros. Ante esa completa desolación en la que no era posible vivir, sus habitantes buscaron refugio en otros distritos que no habían resultado tan afectados, o abandonaron la ciudad.

Uno de los contados edificios que, milagrosamente, no resultó dañado por los bombardeos fue la escuela del Bullenhuser Damm (traducible como la “escuela del dique de Bullenhuus”). Hoy es casi un edificio aislado, junto a un aparcamiento de camiones y pequeñas naves industriales.

Aquí lo tenéis:


Esta es la puerta de entrada. Hoy sigue siendo una escuela. Se llama "Janusz Korczak", como homenaje a un médico polaco que fue asesinado en 1942 en el campo de exterminio de Treblinka, junto a los niños del orfanato del que era director:




Y aquí, la parte trasera:








Pese a que permaneció incólume tras los bombardeos, el éxodo de los habitantes del barrio había hecho que ya no fuera necesaria una escuela, por lo que ésta fue clausurada.

A finales de 1944, la ciudad de Hamburgo cedió la escuela a las SS, que necesitaba edificios que hubieran permanecido en pie, con el fin de alojar a los internos procedentes del campo de concentración de Neuengamme que debían ser utilizados en tareas de desescombro, reconstrucción y desactivación de bombas. Allí quedaron alojados, en condiciones precarias, 592 prisioneros, la mayoría daneses, soviéticos y polacos. Este centro sería suprimido entre el 9 y el 11 de abril de 1945, siendo evacuados los prisioneros a otro campo situado al norte de Hamburgo.



La historia de aquel edificio durante la Segunda Guerra Mundial pudo haber acabado ahí, a apenas un mes de la rendición de Alemania. Pero no sería así. La noche del 20 de abril, coincidiendo casualmente con la fecha de nacimiento de Hitler, la escuela del Bullenhuser Damm se convertiría en el escenario de un horroroso episodio.


Kurt Heissmeyer

Em 1944, el pneumólogo Kurt Heissmeyer era el jefe de un centro de rehabilitación para enfermos de tuberculosis en Hohenlychen, a unos 250 kilómetros al este de Hamburgo. A sus 38 años, aspiraba a convertirse en profesor de universidad, para lo que debía realizar antes un proyecto experimental.


Heissmeyer estaba muy bien relacionado con la cúpula de las SS, ya que era amigo del administrador jefe de los campos de concentración, el Obergruppenführer Oswald Pohl, y su tío August era general de las Waffen-SS.

Además, había trabajado junto a Karl Gebhardt, médico personal del jefe de las SS, Heinrich Himmler.


Esas excelentes conexiones le permitieron emprender un proyecto de experimentación en humanos en el campo de Neuengamme. Se le asignó un barracón especial, la enfermería IV a, que sería denominado Sonderabteilung Heissmeyer (Departamento especial Heissmeyer).




Aquí tenéis el emplazamiento de ese barracón, que fotografié en la visita a Neuengamme:




Para llevar a cabo sus experimentos dispondría de “material inferior”, un término nazi que designaba a judíos, gitanos, eslavos, comunistas, resistentes y demás prisioneros a cuyas vidas no se les confería ningún valor.

Con la ayuda del médico del campo, Alfred Trzebinski, Heissmeyer quería comprobar la hipótesis de que una segunda infección con tuberculosis podía suscitar una reacción similar a la de una vacuna y provocar la formación de anticuerpos. Esta teoría ya había sido invalidada a mediados de la década de los veinte, pero Heissmeyer lo desconocía por falta de preparación.

En cuanto se instaló en su barracón, Heissmeyer comenzó con los experimentos en humanos. Los sujetos serían prisioneros soviéticos “voluntarios”, que eran los que sufrían las condiciones más duras. A los 32 internos que fueron seleccionados se les prometió una mejor alimentación pero, evidentemente, no se les advirtió del alcance de las pruebas a las que iban a ser sometidos. Para decepción de Heissmeyer, los experimentos fueron un fracaso total; la mayoría de las cobayas humanas murieron. Los que no fallecieron, fueron colgados.

Veinte niños

Heissmeyer consideró que los experimentos podían tener éxito si los realizaba con niños en lugar de adultos. Como no había niños en Neuengamme, a finales de octubre de 1944 solicitó al tristemente célebre Josef Mengele, médico en el campo de concentración de Auschwitz, que le enviara una veintena de niños judíos.

El “Ángel de la Muerte” escogió diez niños y diez niñas, de entre cinco y doce años, a los que supuestamente les preguntó “¿quién quiere ver a su madre?”. Procedían de varios países; había catorce polacos, dos franceses, dos holandeses, un italiano y un eslovaco.

Entre los internos se escogieron cuatro cuidadoras, que estarían encargadas de atender a los niños en el largo viaje a Neuengamme. Esas mujeres, todas ellas prisioneras, eran dos enfermeras polacas, una doctora también polaca llamada Paula Trocki y una farmacéutica húngara. También iría con ellos un guardián de las SS.

Se acondicionó un vagón especial para el grupo y se enganchó en un tren normal. Para no llamar la atención, a los niños se les quitó la estrella de David que les señalaba como judíos. Durante el viaje la comida fue excelente y a los niños no les faltó leche y chocolate. Tras dos días de trayecto, el tren llegó a Neuengamme, a las diez de la noche del 27 de noviembre de 1944. Esos detalles los conocemos por el testimonio de la doctora Trocki, la única superviviente; las dos enfermeras y la farmacéutica fueron ahorcadas cinco días después de llegar al campo de concentración.

Los niños fueron alojados en el siniestro barracón IV a. De su cuidado se encargarían cuatro prisioneros de Neuengamme que habían sido detenidos por la Gestapo acusados de formar parte de la resistencia: un médico francés que había sido arrestado junto a su mujer, un biólogo también francés, que impartía clases en la Universidad de Lyon, y un conductor y un tipógrafo, ambos holandeses.

Entonces comenzaron los experimentos de Heissmeyer con el grupo de niños. Les inoculó el virus de la tuberculosis mediante una herida en el pecho. Les extirpó los ganglios linfáticos de un lado para comprobar que no había anticuerpos y les fotografió mostrando la incisión.

Aquí tenéis un panel con algunas de esas fotografías, que se exhibe en el museo del campo:



Finalmente introdujo una sonda pulmonar por la cual les inyectó un líquido infectado. Dos semanas después, procedió a extirpar los ganglios del otro lado, constatando que tampoco se habían desarrollado anticuerpos. Por tanto, el experimento por el que quería demostrar que una segunda infección podía provocar la formación de anticuerpos había fracasado nuevamente.

Aquí tenéis unos frascos utilizados por aquel siniestro galeno, que se conservan en el museo:



El 20 de abril de 1945, cuando las tropas británicas estaban aproximándose a Hamburgo, Heissmeyer recibió desde Berlín la orden de hacer desaparecer inmediatamente las pruebas y los testigos de sus experimentos humanos. Al parecer, la consigna llegó de Oswald Pohl, aunque también es probable que la orden partiese del propio Himmler. En esos momentos, en el campo de Neuengamme se estaban quemando los archivos y destruyendo a toda prisa los lugares en donde se llevaban a cabo las ejecuciones.

Aquí podéis ver el emplazamiento de la cárcel del campo, en donde se ahorcaban a los prisioneros. Sólo quedan los cimientos:


Esta es una maqueta de la prisión, que se puede ver en el museo:



Así que había que borrar contra reloj todas las pistas de los crímenes que allí se habían perpetrado. Por tanto, el recinto del campo no era el sitio más adecuado para proceder a la eliminación física de los niños que habían sido utilizados en los experimentos.

Los niños, sus cuatro cuidadores y seis prisioneros soviéticos fueron entonces llevados en camión a la escuela del Bullenhuser Damm. Antes de subir al vehículo se les dijo que iban a ser trasladados a otro campo de concentración. Al encontrarse en medio de un barrio arrasado y despoblado, Heissmeyer consideró que aquel solitario lugar era ideal para ejecutar la despiadada orden. Con ellos iba el Obersturmführer Arnold Strippel, el médico Trzebinski y tres guardias de las SS (Wilhelm Dreimann, Adolf Speck y Heinrich Wiehagen), además del conductor (Hans Friedrich Petersen).

Allí les recibieron dos sargentos de las SS, Johann Frahm y Ewald Jauch, que habían quedado a cargo del edificio después de que fuera evacuado diez días antes. Al llegar, Frahm les condujo al sótano. Allí, los niños se sentaron en unos bancos dispuestos en las paredes. Según el testimonio de uno de los guardias, estaban muy contentos por haber salido del campo de concentración, sin sospechar el motivo por el que habían sido llevados hasta allí. Entonces se les dijo que se quitaran la ropa. Según manifestaría después el médico Trzebinski, éste administró una inyección de morfina a cada niño para que no sufriesen durante la ejecución. Les dijo que era una vacuna que les tenía que inyectar antes del viaje.

Una vez dormidos, sobre las once de las noche, comenzarían a ser llevados de uno en uno a una sala adyacente con ganchos en las paredes. En ellos se colocaban las cuerdas con las que iban a ser ahorcados. Ese era un método habitualmente empleado por las SS en los campos de concentración y que había sido utilizado, por ejemplo, con los condenados a muerte por el atentado contra Hitler.

Esta foto la tomé en el campo de Buchenwald. Seguramente aquel sótano tenía un aspecto muy similar:




La ejecución sería dirigida por Strippel, quien tenía una dilatada experiencia en varios campos de concentración, en donde había cometido todo tipo de tropelías.

El primer niño, el parisino Georges André Kohn, estaba tan delgado que la cuerda no se cerraba en torno a su cuello. El sargento Frahm lo agarró entonces por las piernas y tiró fuerte hacia abajo para que se cerrase el dogal. Conforme los niños iban siendo traídos a la sala, eran ahorcados del mismo modo. Al parecer, ninguno lloró ni gritó. Según el espeluznante relato posterior del sargento Frahm, “los niños quedaron colgados de la pared como si fueran cuadros”.

Una vez que todos los niños fueron ejecutados, le tocó el turno a los adultos. Éstos fueron colgados de unas tuberías que había en el techo de la sala de calderas. Bajo los pies les colocaban una caja, que era derribada de una patada por el verdugo.

La misma noche, treinta prisioneros soviéticos fueron trasladados también de Neuengamme a la escuela en un camión. A la llegada, seis de ellos trataron de escapar, pero tres de ellos fueron abatidos. Los veinticuatro restantes fueron también ahorcados en el sótano de la escuela.

Una vez que acabó la ejecución, los SS subieron del sótano para tomar café y fumar cigarrillos. Después regresaron a Neuengamme y allí recibieron su premio: veinte cigarrillos y medio litro de schnaps. También llegaron al campo en un camión los cuerpos de los asesinados esa noche en el sótano; fueron incinerados en el crematorio.

Aquí tenéis el emplazamiento del crematorio:





Los culpables, juzgados

Una vez acabada la guerra, nada podía ya devolver la vida a aquellas víctimas inocentes. Pero, afortunadamente, casi todos los asesinos pagarían finalmente por su crimen. De un modo similar al Juicio de Núremberg, los británicos organizaron un proceso por crímenes de guerra en Hamburgo. El escenario escogido sería un edificio llamado Curio Haus, por lo que el juicio sería conocido con ese nombre. Entre 1946 y 1949 serían allí juzgados los crímenes cometidos en el campo de Neuengamme, pero también otros perpetrados en los campos de Ravensbrück y Bergen-Belsen.



En el proceso de la Curio Haus serían juzgados varios de los SS que habían participado en los asesinatos de Bullenhauser Damm: el médico Trzebinski, los sargentos Frahm y Jauch, además de dos de los tres guardias de las SS, Dreimann y Speck (el tercero, Wiehagen, ya había muerto). También figuró entre los acusados por este y otros crímenes el entonces comandante de Nuengamme, el Standartenführer Max Pauly. Todos ellos serían condenados a muerte. La sentencia se ejecutó el 8 de octubre de 1946 en la prisión de Hameln.

Sin embargo, los dos máximos responsables de la matanza, Arnold Strippel y Kurt Heissmeyer, seguían en libertad. Al terminar la guerra, Strippel había conseguido ocultarse. Fue juzgado in absentia en el proceso de la Casa Curio. Pero en 1948 fue reconocido en una calle de Frankfurt por un antiguo prisionero del campo de Buchenwald. Strippel fue detenido y procesado en esa ciudad por el asesinato de 21 judíos en 1939, pero no por la matanza de Bullenhuser Damm. En julio de 1949 fue condenado a veinte años de cárcel.

En 1964, una investigación sacó de nuevo a la luz su participación en los crímenes de la escuela. Pero tres años después, el fiscal encargado del caso no vio motivos para reabrirlo, ya que, sorprendentemente, decía no existir evidencias de que Strippel hubiese actuado con crueldad. En 1969, Strippel fue liberado tras cumplir la pena. Pero, quizás envalentonado al ver cómo la justicia parecía estar de su parte, solicitó que se repitiese el juicio por el que había sido condenado. Sus expectativas no se vieron defraudadas y la condena de veinte años pasó a ser de sólo seis años.

Para completar el esperpento, como Strippel había estado preso catorce años más, exigió una indemnización, que le fue concedida por una cuantía de 121.477,92 marcos, siete veces más que la cantidad que habían recibido los supervivientes de los campos de concentración. Unos artículos aparecidos en la prensa lograron que se reabriese el caso en 1979, aunque Strippel no llegaría a ser juzgado. En 1987, la fiscalía de Hamburgo cerró definitivamente el caso por motivos de salud. Strippel murió en libertad el 1 de mayo de 1994; poco antes, se le podía ver llevando de la mano a su nieto a la guardería.

El destino también fue benévolo con Kurt Heissmeyer. Al acabar la contienda regresó a la casa de su familia en Magdeburgo, que quedaría en la zona ocupada por los soviéticos. En la República Democrática Alemana iniciaría una exitosa carrera como médico especializado precisamente en tuberculosis y otras enfermedades pulmonares, llegando a abrir una clínica privada. Sin embargo, fue reconocido en 1959, gracias a un artículo que había publicado la revista Stern. Debido a la escasez de médicos en Alemania Oriental, las autoridades se mostraron remisas a su detención, hasta que finalmente en 1964 procedieron a su arresto. Heissmeyer acabó confesando sus crímenes, sin mostrar arrepentimiento, y en junio de 1966 fue condenado a cadena perpetua por sus crueles experimentos con seres humanos. Tan sólo cumpliría poco más de un año de cárcel, ya que falleció de muerte natural el 29 de agosto de 1967.

Recuerdo a las víctimas

Después de la guerra, nadie parecía interesado en que la tragedia que había tenido lugar en aquel sótano fuera recordada. El edificio fue utilizado provisionalmente para albergar un servicio meteorológico.

Este era su aspecto después de la guerra:



En 1948 recuperó su función original como escuela, pero sin ninguna referencia a lo que allí había sucedido. No se explicó nada a los alumnos. Tampoco se hizo ningún esfuerzo para localizar a las familias de los que allí habían sido asesinados. Para impedir que aquel abominable asesinato cayese en el olvido, a partir de 1950, miembros de asociaciones de perseguidos por el régimen nazi comenzaron a poner flores en el sótano el día del aniversario del crimen.

Aun así, la matanza de Bullenhuser Damm permanecería prácticamente desconocida para el gran público, hasta que que en 1956 una periodista que había asistido a los juicios de la Curio Haus como hija de un prisionero de Neuengamme, Monika Bringmann, publicó un artículo en la prensa relatando en detalle los terroríficos hechos. Increíblemente, Bringmann fue interrogada por agentes de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución -la policía secreta de la República Federal de Alemania-, que consideraba el artículo propaganda comunista porque el crimen descrito era demasiado horrible para ser verdad. Bringmann se limitó a mostrarles las actas del juicio de la Curio Haus, en las que figuraba el relato pormenorizado de la matanza, que coincidía con lo descrito en el artículo. La policía tuvo que admitir avergonzada que desconocía completamente los hechos.

A partir de ahí, el interés por lo que allí ocurrió se plasmaría en un progresivo reconocimiento y homenaje a las víctimas. En 1963 se inauguró una primera placa conmemorativa, aunque en ella se ignoraba a los prisioneros soviéticos que también fueron ejecutados aquella noche. En los años setenta, gracias a las investigaciones de dos periodistas de la revista Stern, se pudieron identificar familiares de 16 de los 20 niños asesinados, los cuales ignoraban donde y cómo habían muerto sus hijos, hermanos o nietos. El 20 de abril de 1979, aniversario de la matanza, más de dos mil personas se reunieron ante el edificio de la escuela para recordar a las víctimas y se colocaron paneles informativos en el sótano. En 1980, la ciudad de Hamburgo calificó el lugar de monumento histórico.

En 1985 se inauguró una rosaleda en la parte trasera de la escuela, donde cualquier persona puede plantar rosas en memoria de las víctimas. Esta es la entrada:


Aquí, una visión general:





Como se puede apreciar, en el pequeño jardín se colocaron unas lápidas con sus fotografías.

Esta es la del primer niño que fue ahorcado, Georges André Kohn:


Y éstas son algunas de las otras:



Se dio algún caso conmovedor, como el de la madre del único niño italiano del grupo, Sergio de Simone (su lápida, en la foto superior), que se negó a creer que su hijo había sido ejecutado allí; hasta su fallecimiento estuvo convencida de que Sergio seguía vivo en algún lugar y que regresaría.

Esta es una foto de ambos:






Esta es la niña de la lápida de arriba, la francesa Jacqueline Morgenstern, con sus padres.


Su madre murió en Auschwitz y su padre en Dachau, unos días después de ser liberado. La mirada del padre parece presentir el trágico destino que le esperaba a la familia.




Esta lápida corresponde a dos hermanos holandeses: Eduard y Alexander Hornemann.

También hay una figura escultórica dedicada a los prisioneros soviéticos que corrieron la misma suerte que los niños.


La escuela cuenta con una sala en la que se muestran documentos y objetos personales, además de una maleta por cada uno de los niños asesinados, pero sólo está abierta los domingos, así que no la pude visitar. Queda pendiente para un próximo viaje.

Aunque ha sido un post más prolijo de lo habitual, espero que no os haya resultado pesado, y que os haya servido para descubrir esta historia que, coincidiréis conmigo, merecería ser más conocida.