martes, noviembre 03, 2015
ENTREVISTA A FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ, AUTOR DE "EL NÁUFRAGO DE LA GRAN ARMADA"
Bien, amigos, vamos hoy con una entrevista al escritor Fernando Martínez Laínez, compañero en el CLUB MÁXIMO SECRETO, en la que nos va a presentar su último libro, EL NÁUFRAGO DE LA GRAN ARMADA. La épica historia del capitán Francisco de Cuéllar (Ediciones B).
¿Cómo surgió la idea de escribir tu libro? ¿Qué objetivo te marcaste a la hora de escribirlo? ¿Cómo fue el proceso de documentación?
La idea surge de la visión de un desastre histórico, como fue el de la Gran Armada. De querer reproducir el escenario, y sobre todo de los personajes y los pensamientos que pusieron en marcha esa operación, la más importante que España ha llevado a cabo en el exterior.
A partir de esta idea el desencadenante del drama es imparable, como un disparo de cañón, pero sus consecuencias fueron alteradas por la propia Naturaleza, en forma de unas tormentas en la costa del Atlántico norte como no se habían conocido desde hacía siglos.
Con este panorama en mente, lo que he pretendido es construir un relato épico, con personajes históricamente reales, que haga revivir al lector la tragedia de una empresas frustrada que pudo cambiar la historia de Europa, que es tanto como decir la historia del mundo.
Esto, como es lógico, exigía una tarea documental extensa, que me llevó bastante tiempo; y obligaba también a visualizar los lugares de Irlanda donde murieron la mayor parte de los marineros y soldados de la Armada que tuvieron la mala suerte ser arrastrados hasta allí por las tormentas. En la empresa de Inglaterra la geografía y los “elementos” jugaron un papel decisivo, y “pisar” el terreno de la batalla ayuda a entender el desarrollo de los acontecimientos mucho más que las palabras, aunque luego sean las palabras las únicas que puedan devolvernos el relato comprensible de los hechos.
El libro se asienta básicamente en monólogos y transcripciones de cartas. ¿El texto de esas cartas corresponde totalmente a la ficción, o hasta qué punto están basados en cartas reales?
En muchos casos son cartas reales, con algunas alteraciones lingüísticas para hacerlas entendibles al lector de nuestros días. Los escritores no necesitamos inventar hechos nuevos ni alterar lo fundamental cuando se trata de hacer novela histórica. Los hechos están ahí, en documentos, cartas, memoriales y crónicas, relatados con frecuencia por los propios protagonistas. Pero esos hechos aislados no nos dicen gran cosa si no están encajados en un contexto, formando parte de un relato coherente. Y en el caso de la novela histórica ese relato debe elaborarse con criterios literarios.
Eso, en definitiva es el gran desafío: construir literariamente a partir de unos hechos dados que no se pueden cambiar. Algo que puede hacerse incrustando en el texto de la novela las voces y testimonios reales, para componer con todo ello un conjunto coherente tanto desde el punto de vista histórico como narrativo. En el Náufrago de la Gran Armada, lo que no deseaba en ningún caso era repetir la clásica novela de aventuras con capas y espadachines.
Aunque la obra se presenta como la "épica historia del capitán Francisco de Cuéllar", me ha sorprendido que, en realidad, el relato de sus peripecias no comienza hasta la parte final del libro. ¿Crees que eso puede desconcertar al lector?
Es posible que eso pueda desconcertarle, pero la novela sigue un orden muy cronológico en lo esencial, y de hecho el personaje Cuéllar aparece en las primeras páginas. Pero no quería hacer solo un relato de sus peripecias y desventuras en Irlanda, algo que básicamente ya escribió él mismo. Lo que me interesaba era enmarcar al personaje y su asombrosa marcha por territorio enemigo en una trama histórica mucho más amplia, en la que Cuéllar, en definitiva, era un pequeño episodio, un peón de acontecimientos que le vinieron impuestos desde instancias mucho más altas, y que vienen descritos en la primera parte de la novela.
Lo que buscaba era una manera de introducir al lector en el meollo del “gran drama”, en el cual la aventura de Cuéllar es solo una consecuencia, o como diríamos en la jerga bélica de hoy: un daño colateral.
También me ha sorprendido la ausencia de un hilo narrativo claro, ya que se va ofreciendo una visión de los acontecimientos fragmentada en el tiempo y en el espacio, con los consiguientes cambios de ritmo. ¿Cuál era tu objetivo al apostar por ese planteamiento?
El fin propuesto era precisamente ese que señalas. Dar idea de la fragmentación en el tiempo y el espacio que la propia realidad de la guerra impone. La vida y las guerras son confusas, y cualquier descripción “limpia” es una falacia. Una batalla puede ser vista desde diferentes ángulos, y cualquiera de ellos es fragmentario con respecto al conjunto. Los propios hechos también se confunden y se recuerdan distintos con el transcurso del tiempo, y según los personajes.
En la segunda parte de la novela, que narra la marcha de Cuéllar en Irlanda, en realidad hay varios relatos distintos que se funden. Uno sería el que aparece en la carta que el capitán dirige al rey Felipe II desde Flandes, obedeciendo órdenes de Alejandro Farnesio, para contarle su propia desventura y la de sus compañeros de naufragio. Pero una cosa es lo que contaríamos en una carta oficial al rey y otra lo que en realidad pudo pasar, y a esto se añade que Cuéllar va recordando cosas que más tarde contará también al jefe de la Inteligencia española, Idiáquez, para el que trabaja en secreto. El resultado es un relato amalgamado y con cambios de ritmo, como bien señalas. Era inevitable.
Dejando a un lado tu obra, ¿crees que las últimas apuestas televisivas -como las series Isabel, El Ministerio del Tiempo o Carlos, Rey Emperador- están siendo positivas para estimular el conocimiento de nuestra Historia?
Ese tipo de series, si están bien hechas, son muy positivas para conocer mejor nuestra propia historia. Eso es algo que los ingleses y los norteamericanos han entendido desde hace mucho tiempo, aunque con frecuencia deformando descaradamente la historia a su favor, e imponiendo así su visión histórica a todo el mundo. Frente a eso deberíamos ser capaces de contar nuestra propia historia, con nuestro sello exclusivo. En ese sentido, las series que señalas marcan un buen camino, aunque el resultado sea desigual. Creo, por ejemplo, que Isabel es bastante mejor que Carlos, Rey Emperador.
Y por cierto: qué gran serie podría hacerse sobre la Gran Armada que intentó la conquista de Inglaterra, lo mismo que sobre Cortés, o Pizarro, o Balboa, o Elcano…Son temas que están ahí, esperando que los propios españoles queramos hacerlas, pero que seguramente no haremos nunca. Somos autodestructivos y acomplejados con nuestra propia historia, con el añadido de una tendencia al tribalismo sin parangón en Europa.
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