lunes, mayo 15, 2017
LA TRAGEDIA DESCONOCIDA DEL PUENTE DE ALLERONA
Vamos a comenzar la semana recordando un hecho del que seguramente no habéis oído hablar.
El suceso ocurriría en Italia, en la región de Umbria. El 28 de enero de 1944, un tren en el que viajaba un millar de prisioneros británicos, norteamericanos y sudafricanos, encerrados en vagones de ganado, se dirigía hacia el norte. Habían sido capturados por los alemanes en diferentes campañas, desde Túnez a Anzio, y estaban siendo siendo trasladados desde Roma a un campo de confinamiento en Múnich, cuando el tren fue atacado por la aviación aliada.
El objetivo era el puente de Allerona, por el que pasaba en ese momento. Las bombas arrojadas por los 28 aviones norteamericanos B-26 que participaron en el ataque destruyeron 16 vagones cargados de prisioneros. La mitad de esos vagones acabó precipitándose al río, mientras que otros quedaron suspendidos entre los arcos semiderruidos del puente. Se desconoce el número de muertos, entre un mínimo de 300 y un máximo de 600, con lo que sería uno de los incidentes de fuego amigo más grave de toda la contienda.
Aunque en el informe oficial sobre el bombardeo del puente sólo se hablaba del “éxito” de la operación y no aparecía ninguna referencia a los prisioneros, se sabe con toda seguridad que a partir del 14 de febrero los Aliados conocían perfectamente lo que había ocurrido, aunque por motivos obvios prefirieron mantenerlo en secreto.
En 1996, el gobierno norteamericano desclasificó una comunicación de Churchill a Roosevelt en la que se le informaba de que se había descifrado un mensaje alemán transmitido mediante la máquina Enigma.
En el mensaje se daban los detalles del ataque antes referidos. Además, se indicaba que las bombas de efecto retardado dificultaron las labores de rescate de los supervivientes, por lo que muchos que habían quedado malheridos habían acabado muriendo. Según los alemanes, medio millar de prisioneros, la mayoría británicos, había muerto en el ataque. En la comunicación, Churchill aclaraba que consideraba el hecho como un lamentable accidente y que no era su intención reclamar una disculpa o reparación.
Igualmente, el primer ministro británico indicaba que la información debía permanecer en secreto, por lo que Roosevelt únicamente debía compartirla con el máximo responsable del ejército norteamericano, el general George Marshall, así como con la cúspide de los servicios de inteligencia, pero que no debía ser filtrada a los escalones inferiores.
No obstante, la representación diplomática de Gran Bretaña en Berna pediría el 13 de abril de 1944 al Departamento Federal de Asuntos Exteriores de Suiza que realizase discretas averiguaciones ante el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán para saber lo que había ocurrido con los prisioneros de guerra que viajaban en aquel tren. Sobre estas gestiones, sólo se sabe que los alemanes no acusaron recibo del telegrama que les enviaron los suizos hasta cuatro meses después de cursado éste, lo que denota su escaso interés en proporcionar esa información.
Mientras tanto, los datos que los Aliados iban recopilando sobre el balance de víctimas y el estado y localización de los supervivientes eran fragmentarios. Una fuente de información eran los prisioneros que habían escapado del tren en medio de la confusión provocada por el ataque y que habían logrado llegar hasta las filas aliadas. El 22 de junio de 1944, el avance aliado rebasó Allerona, pero lo que allí se encontraron no sirvió para determinar el número de bajas. Unos tres centenares de prisioneros que habían resultado muertos en el ataque habían sido enterrados allí mismo, en los cráteres dejados por las bombas, pero una crecida del río había arrastrado cualquier evidencia de las improvisadas tumbas.
En el cementerio de la localidad más cercana, Orvieto, sí que se pudieron encontrar los cuerpos de tres prisioneros que habían muerto en el hospital de allí, al que habían sido trasladados para ser tratados de las heridas sufridas en el ataque. La Cruz Roja Internacional también se encargaría, por encargo de los Aliados, de recopilar información entre los supervivientes que se encontraban en los campos de prisioneros en Alemania. Tras la guerra continuarían las investigaciones, siempre de carácter confidencial, que serían llevadas a cabo por las autoridades militares británicas, norteamericanas y sudafricanas. Los prisioneros que habían estado confinados en Alemania serían interrogados al llegar a sus países de origen.
Gracias a los testimonios de los supervivientes se pudo reconstruir lo sucedido aquel día. El ataque al puente se inició cuando parte del tren se encontraba ya sobre el mismo. Una de las bombas inutilizó la locomotora, inmovilizando el tren. En ese momento, los soldados alemanes y el personal ferroviario lo abandonaron precipitadamente, tratando de ponerse a cubierto en las colinas que había junto al puente. Por su parte, los prisioneros quedaron atrapados en el interior de los vagones, sin capacidad de escapatoria, mientras tenía lugar el ataque. Ese hecho fue estudiado detenidamente por los norteamericanos, para ver si esa actitud podía ser constitutiva de crimen de guerra.
La dificultad para identificar a los alemanes encargados de custodiar el tren y de atribuirles una intención criminal, así como el hecho de que, en todo caso, los prisioneros de guerra habían muerto víctimas de bombas aliadas, lo que provocaba una lógica incomodidad, aconsejaba cerrar prudentemente el caso. El carpetazo final se produciría el 21 de febrero de 1947, sin que se hubieran acabado de despejar las incógnitas que aún existían sobre el número de víctimas, el de heridos o incluso el de los que lograron escapar.
A partir de entonces, aquel suceso dramático se mantendría en secreto. No sería hasta medio siglo más tarde cuando, gracias al testimonio de los prisioneros supervivientes y los civiles italianos, y al trabajo de investigaciones de los historiadores locales, comenzarían a revelarse los detalles del terrible episodio.
El 28 de enero de 2012, coincidiendo con el 68º aniversario del incidente, llegaría un cierto reconocimiento de la tragedia, con la inauguración de un monumento en recuerdo de las víctimas, un homenaje impulsado por un veterano de guerra norteamericano que había combatido en Anzio.
Aparte de ese memorial, poco queda que recuerde aquella tragedia, ya que tras el ataque se procedió a la demolición del puente y se reconstruyó en otro emplazamiento. Del viaducto original tan sólo queda la base de los arcos.
Pero hay otros vestigios que periódicamente van apareciendo; son restos de los cuerpos que fueron enterrados en el cauce del río y que afloran a la superficie cuando éste está seco, además de los objetos personales que las víctimas llevaban consigo cuando perecieron en el ataque aéreo.
De esto sorprende la finura y delgadez del papel con qué agarraban los aliados los crímenes de guerra por parte alemana y los metros de grosor de papel encerado que usaban para los propios; Dresde, Katyn, Gustloff, Berlín, Hiroshima...
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