
Bien, yo puedo tardar más de la cuenta en cumplir mis promesas, pero siempre lo hago, así que aquí tenéis la entrega dedicada a mi visita al campo de Auschwitz-Birkenau.
Como podéis suponer, este es un escenario de la Segunda Guerra Mundial al que hay que peregrinar al menos una vez en la vida, como los infieles con La Meca.
Lo primero que hay que decir es que la llegada al campo es impresionante. Se llega en un autobús lanzadera que sale de Auschwitz I y, aunque sabía que la primera visión que se tiene del campo impacta, no imaginé que fuera tanto...

Si para nosotros, que vamos en un autobús, sabemos a dónde vamos, y que unas horas después vamos a ir rumbo a nuestro hotel, ese primer contacto produce escalofríos, no quiero pensar lo que debían sentir los que llegaban allí, sin saber ni dónde estaban ni lo que iba a ocurrir.
Otra cosa es que la famosa puerta de Auschwitz me pareció mucho más pequeña y menos impresionante en la realidad que en las fotos... pero bueno, eso suele pasar.
Aquí véis la icónica entrada, pero vista desde dentro. Justo aquí era a donde llegaban los vagones y eran descargados:

Aquí, tal como era entonces, podéis ver la puerta al fondo:

Pasado ese shock inicial, uno puede comenzar a visitar el campo, que es enorme. Aunque haya muchos visitantes, aquello es tan grande que uno puede estar solo la mayor parte del tiempo.

Aquí tenéis unas torres de vigilancia en el interior del campo que, según el historiador revisionista David Irving, son un elemento de atrezzo, porque no existían entonces; el que en las fotos tomadas hasta 1944 no se vean esas torres parece confirmar su apreciación.

De todos modos, he encontrado una foto fechada en 1945 en las que sí aparece este tipo de torre, en la parte izquierda de la imagen; quizás la construyeron los alemanes a finales de 1944, o tal vez los polacos o los rusos... bueno, a saber.

Más fotos del campo; allí un buen fotógrafo se puede hinchar a sacar buenas imágenes, no como yo (toma foto sobreexpuesta):

Aunque ahora se ve todo seco, con la lluvia aquello se convertía en un lodazal, de ahí las grandes regatas que se ven para facilitar el drenaje. Sorprende que los alemanes, tan metódicos ellos, escogiesen ese terreno, totalmente inadecuado para ese cometido.
Y aquí, un recuerdo para las víctimas de las cámaras de gas, que se ve que arrojaban sus cenizas a este estanque.

En la próxima entrega os mostraré fotos del interior de los barracones y de los restos de las cámaras de gas. Y bueno, como al volver todos me preguntaron que qué era lo que sentí allí, también hablaré de ello...