viernes, marzo 31, 2017

WARSAW 44, EL ALZAMIENTO DE VARSOVIA PARA PALOMITEROS




Bien, amigos, como estamos a las puertas del fin de semana, vamos con una recomendación fílmica.

Se trata de una película polaca cuyo título no he conseguido determinar. Su título original es MIASTO 44, pero se encuentra también con los títulos CITY 44, CIUDAD 44 o WARSAW 44, que es el que más me gusta.

De todos modos, si tenéis que buscarla -ya me entendéis-, hacedlo por CIUDAD 44...




Como podéis deducir, la peli está ambientada en el Alzamiento de Varsovia de 1944, cuando el ejército clandestino polaco Armia Krajowa se levantó en armas contra los ocupantes nazis. Como bien sabéis, las fuerzas soviéticas, que habían llegado a la otra orilla del Vístula, se dedicaron a comer palomitas mientras veían cómo los alemanes aplastaban a la resistencia polaca. Pero esa historia ya la sabéis.



Pues esta producción de 2014 pretende ser un filme épico, para lo que ha contado con un importante despliegue de medios.



Hay que reconocer que la ambientación está muy lograda, cuenta con bastantes extras, los efectos especiales son dignos tirando a brillantes, un metraje de 130 minutos... Es decir, que la cinta cuenta con los elementos para haber conseguido ser realmente eso.



Sin embargo, la película arrastra el peso de la responsabilidad de atraer el público a las salas para pagar ese despliegue, por lo que tiene que recurrir a los tópicos del cine palomitero.


Así pues, nos encontramos una especie de triángulo amoroso metido con calzador, además de desconcertantes escenas que parecen sacadas de un videoclip, y una banda sonora que provoca la misma sensación.



De todos modos, tengo que reconocer que el casting de las combativas guerrilleras polacas me ha parecido acertado.






En suma, WARSAW 44 me parece una película fallida, ya que se le había podido sacar mucho más jugo al tema, pero en todo caso vale la pena verla para los que nos interesa el episodio del Alzamiento de Varsovia.



miércoles, marzo 29, 2017

"SIAM", EL ÚLTIMO SUPERVIVIENTE




Bien, amigos, para aligerar el tono del blog después de hablar de tantas masacres y deportaciones, vamos con un tema más desenfadado.

Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, el Zoo de Berlín era uno de los más importantes del mundo, pero la contienda lo dejaría destruido casi por completo. De los 3.195 animales con que contaba, tan sólo 91 sobrevivirían.

Aquí tenéis una imagen del recinto de los elefantes de antes de la guerra, en 1934.




Como muestra de la destrucción sufrida, basta conocer las consecuencias del bombardeo que sufrió la capital germana el 22 de noviembre de 1943. Las bombas incendiarias y los bidones de fósforo arrojados por los bombarderos aliados prendieron fuego a quince de los edificios del parque.

La casa de los antílopes y la de las fieras, el edificio de la administración y el chalé del director ardieron por completo.

Así quedó el recinto de los antílopes:



La casa de los monos, el pabellón de las cuarentenas, el restaurante principal y el templo indio de los elefantes resultaron gravemente destrozados o dañados.

Aquí podéis ver cómo quedó el templo:





Una tercera parte de los animales que, después de haber llevado a cabo un traslado, eran aún dos mil, encontraron la muerte bajo las bombas. Los ciervos y los monos habían quedado en libertad y los pájaros habían huido volando por los techos de cristal rotos. Corrió el rumor de que se habían visto leones merodeando por las proximidades de la iglesia conmemorativa del emperador Guillermo, pero en realidad yacían asfixiados y carbonizados en sus jaulas.

Al día siguiente fueron también destruidos por una mina aérea el edificio ornamental de tres pisos del acuario y el pabellón de los cocodrilos, de treinta metros de largo, con todo el paisaje de selva artificial. Rodeados de trozos de cemento, tierra, fragmentos de cristal, palmeras derribadas y troncos de árbol, los cocodrilos permanecían en el agua o descendían por la escalera de visitantes.

La escena más irreal tuvo como protagonistas a los siete elefantes que murieron a consecuencia del bombardeo, cuyos nombres eran: Wastl, Aida, Jenny II, Indra, Taku II, Birma, Toni III y Lindi.

Otro más, llamado Wastl, tuvo que ser sacrificado con varios disparos tras enloquecer y escapar corriendo. Wastl ya tenía antecedentes violentos -en 1938 había matado a un guardia-, por lo que se consideró que esa opción estaba justificada.

Aquí tenéis a Wastl de pequeño, junto a su madre Cora, en 1932.




Todos ellos tuvieron que ser despedazados allí mismo, ya que no se contaba con los medios para trasladar los pesados cuerpos a otro lugar. Así, en los días que siguieron, los operarios se metían arrastrándose dentro de la caja torácica de los paquidermos, hurgando entre montañas de entrañas.

El único elefante que no pereció en el devastador bombardeo fue uno llamado Siam. Lo podéis ver en la foto que encabeza la entrada.

Los cuerpos de los animales muertos sirvieron de alimento a los berlineses menos escrupulosos. Las colas de cocodrilo fueron cocidas en grandes recipientes; los que las comieron aseguraron que sabían parecido a la carne de pollo. Más éxito tuvieron los jamones y las salchichas de oso, que serían considerados como una exquisitez.

A pesar de los daños causados por aquel bombardeo y otros posteriores, el Zoo de Berlín continuó abierto al público hasta el 20 de abril de 1945. Ese día, las bombas de agua habían dejado de funcionar, al quedar cortada la electricidad.

En los días siguientes, las enormes cantidades de comida que necesitaban los animales, lo que incluía desde carne de caballo y pescado a arroz, trigo e incluso larvas de hormiga, ya no pudieron llegar a las instalaciones. La mayoría de los animales que no habían sido evacuados a otros parques zoológicos de Alemania morirían a consecuencia del asalto final del Ejército Rojo a la capital del Reich.

Cuando el 2 de mayo los soviéticos ocuparon las instalaciones del Zoo, éstas ofrecían un aspecto desolador. Hasta un centenar de bombas de gran potencia habían caído allí, destruyendo jaulas, fosos, restaurantes y hasta salas de cine. Entre las ruinas humeantes del Zoo destacaba la mastodóntica figura del que se reveló como un auténtico superviviente de la Segunda Guerra Mundial: Siam, el único elefante que no había fallecido en el bombardeo de 1943, también había superado la cruenta batalla de Berlín.

Aquí podéis ver a Siam contemplando el cuerpo sin vida de una jirafa:


Gracias al apoyo de los berlineses, para quienes el Zoo era todo un símbolo de la ciudad, las instalaciones volvieron a abrirse al público tan sólo dos meses después del final de la guerra, con el invulnerable Siam como gran atracción.

A pesar de las dificultades para conseguir alimentos en el Berlín de la posguerra, los propios ciudadanos se encargaban de aprovisionar al Zoo con comida para los animales.

Aquí, Siam en una foto de 1945.


El célebre paquidermo merecería un artículo de la revista Life en octubre de 1945.


Siam, el último superviviente, fallecería en 1947, pero no como víctima inocente de las luchas humanas, sino de muerte natural.


domingo, marzo 26, 2017

EL CASI DESCONOCIDO GENOCIDIO CHECHENO A MANOS SOVIÉTICAS




Bien, amigos, como complemento a mi entrada dedicada a la masacre de Khaibakh, creo que sería interesante dedicar otra a lo que sucedió después con el pueblo chechenio. Aunque todos conocemos el genocidio armenio durante la Primera Guerra Mundial, o el judío durante la Segunda, menos se ha oído hablar del que sufrieron los chechenos, así que creo que os puede resultar interesante conocerlo.

Tras la deportación en 1944 de 479.478 chechenos a Siberia y Asia Central(además de 104.146 calmucos, 96.327 ingusetios, 71.869 karachais y 29.407 balkarios), los soviéticos emprendieron un plan sistemático de destrucción de los signos de la historia y cultura chechenas. Se quemaron manuscritos en las lenguas locales, así como tratados religiosos y filosóficos. Se arrancaron las lápidas de los cementerios para emplearlas en la construcción de carreteras y se demolieron las mezquitas.

Se destruyeron torres de vigía de la Edad Media, avanzadas para su época, ya que eran capaces de soportar los seísmos que solían afectar a la región, y contaban además con un sistema de ventilación y calefacción.


Las torres que se salvaron fue debido a que no figuraban en los atlas históricos rusos y, por tanto, no fueron localizadas. Otras construcciones chechenas antiguas eran tan sólidas que resistieron los métodos de demolición.

Los nombres chechenos fueron expurgados de libros, enciclopedias y mapas oficiales. La región sería repoblada con rusos, ucranianos, osetios y georgianos, que ocuparon las casas que habían dejado vacías sus moradores.


Los chechenos, forzados a vivir en aquellas tierras extrañas, sufrían desorientación al haber quedado arrancados de su sociedad tradicional. Muchas familias quedaron separadas para siempre, ya que las unidades familiares se establecieron en función de la casa en la que estaba cada uno en el momento justo de la deportación. Como cualquier desplazamiento debía contar con el permiso de las autoridades, pensar en reunirse con los miembros de la misma familia que habían sido enviados a otras regiones era impensable. Muchas familias se rompieron para siempre.

Además, las autoridades comunistas prohibieron a las poblaciones locales que les prestasen ayuda, quienes les veían todavía como colaboradores del invasor nazi.

Envenenamientos masivos

Durante los primeros años de la deportación, como mínimo hasta 1949, las autoridades soviéticas llevaron a cabo un ambicioso plan de envenenamiento de la población chechena1. En los documentos secretos que hacían referencia a ese plan, y que vieron la luz en 1995, los diferentes venenos con los que era contaminados los alimentos destinados a su consumo eran denominados “comidas sorpresa”.

Según esos documentos, se desarrollaron numerosas “recetas” con ese diabólico fin. Por ejemplo, para envenenar un kilo de harina se requería tan sólo un gramo de arsénico blanco. Para emponzoñar diez kilos de sal, debían emplearse diez gramos. Otro veneno, la sal de arsénico-sodio, era recomendada para añadirla al azúcar, en una proporción de diez gramos por cada kilo de azúcar. Un gramo de esa sustancia era suficiente para envenenar un litro de agua.



La tesis del envenenamiento masivo vería apoyada por el testimonio de los integrantes de otros grupos étnicos que también sufrieron el exilio en aquellas lejanas tierras. Todos ellos se sorprendían que individuos chechenos aparentemente fuertes y sanos cayesen enfermos y murieran rápidamente. Según esos testimonios, pudieron ser miles los chechenos que fallecieron de esa manera.

Según las cifras manejadas entonces por los soviéticos, entre 1944 y 1948 murieron 144.704 personas entre todos los grupos étnicos. Sin embargo, la mayoría de historiadores coinciden en que esas cifras no reflejan la realidad; según cálculos más fiables, sólo entre los chechenos habría que contar una cifra de muertos entre 170.000 y 200.000 en ese mismo período de tiempo, lo que representa entre un tercio y la mitad de los deportados.

Regreso a Chechenia

Los chechenos no pudieron volver a su tierra de origen hasta 1957, después de que el entonces Primer Secretario del PCUS Nikita Kruschev reconociese en febrero de 1956 la draconiana medida tomada en su día por Stalin, aunque fuera mediante el típico eufemismo oficial soviético: "La deportación de todos los chechenos e ingusetios no había contribuido a reforzar la unidad del Partido".

Tras la rectificación emprendida por Khrushev en el marco de la desestalinización, los chechenos pudieron emprender así el ansiado regreso. Muchos se llevaron con ellos los huesos de sus seres queridos para inumarlos en su tierra.

Pero, como es de imaginar, el ansiado regreso del exilio no fue el que largamente habían soñado, ya que los deportados se encontraron sus casas ocupadas por los colonos. Los nuevos habitantes se mostraron lógicamente contrarios al regreso de los chechenos, por temor a que reclamasen sus antiguas propiedades.

Por su parte, los recién llegados se vieron obligados a gastar sus escasos ahorros en comprarse una casa, y algunos consiguieron adquirir a sus nuevos propietarios la que había sido su hogar. Pero hubo otros que no estaban dispuestos a renunciar a su casa ni a tener que pagar por ella, por lo que lograron recuperarla amenazando a sus ocupantes con emplear la fuerza. La llegada de los chechenos acabó provocando disturbios en Grozny y la población foránea llegaría a bloquear la estación para que no llegasen más trenes.


Además, muchas de las aldeas de montaña habían sido arrasadas, por lo que sus antiguos habitantes tuvieron que adaptarse a la llanura, un medio de vida ajeno a su tradición. Igualmente, la pérdida masiva de vidas entre los ancianos rompió una rica tradición oral que se había mantenido viva durante siglos, causando un daño irreparable a la cultura chechena.

Algunos, incapaces de reconocer la región en la que habían vivido doce años atrás, y profundamente dolidos por ese recibimiento hostil en su propia tierra, emprendieron el camino de vuelta a los lugares en donde habían estado exiliados.

No sería hasta 1991 cuando el gobierno de Moscú rehabilitó oficialmente al pueblo checheno, reconociendo que las acusaciones de colaboracionismo con los nazis que habían llevado a su deportación en 1944 eran falsas. El 26 de febrero de 2004, la Asamblea plenaria del Parlamento Europeo reconoció la deportación sufrida por el pueblo checheno como un acto de genocidio.

jueves, marzo 23, 2017

¡GRACIAS, ARGENTINA, MÉXICO Y COLOMBIA!




Bien, amigos, en mi casa siempre se ha dicho que "de bien nacidos es ser agradecidos", así que vamos allá.

Os cuento que, para los juntaletras, el mes de marzo es como el mes de mayo en las temporadas de fútbol. Los equipos recogen el premio o el castigo de lo que hayan hecho a lo largo de la temporada. Hay quien gana la Champions, se clasifica para la Europa League, se salva en el último partido o desciende al infierno de Segunda.

Así que ahora los autores vamos recibiendo de las editoriales los datos de las ventas conseguidas a lo largo de 2016, en el que se ve el fruto de nuestro trabajo. Ahí, negro sobre blanco y cuantificado al céntimo, se ve si un libro en el que no confiabas mucho ha funcionado, si aquel libro que escribiste hace años sigue vendiéndose muy bien o si aquel otro que te costó tanto esfuerzo escribir ha sido ignorado por los lectores...

Pues, entre las cifras que me han llegado, en las que hay un poco de todo lo que he apuntado, me ha sorprendido muy positivamente la extraordinaria acogida que ha tenido en Argentina, México y Colombia el libro que he publiqué en 2015 con Planeta, PEQUEÑAS GRANDES HISTORIAS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.




Resulta que el libro se ha vendido muy bien en estos países, lo que me ha cogido hasta cierto punto por sorpresa. Normalmente, un indicador fiable del probable éxito de un libro es la cantidad de mails que recibo por parte de los lectores. En este caso me habían llegado bastantes pero no esperaba que se tradujese en ventas de este modo.

Porque una cosa es conseguir likes o retuits y otra muy distinta que alguien decida rascarse el bolsillo para adquirir tu obra. Hay algunos estudios al respecto que demuestran que, salvo algunas excepciones, las redes sociales no hacen vender libros.

Con un mundo virtual en el que tenemos tan a la mano -¡y gratis!- tantos diarios digitales, videos, textos o blogs -sin hablar ya de las descargas ilegales-, el que haya personas que decidan pasar por caja para leer lo que has escrito en la soledad de tu estudio te da una sensación muy satisfactoria. Pero también supone una carga de responsabilidad para no decepcionarles en esa inversión que acaban de hacer en ti, en vez de hacerla en comprar un surtido de quesos y una buena botella de vino, por ejemplo.



Por lo tanto, quiero desde aquí agradecer a los lectores argentinos, mexicanos y colombianos su gran apoyo. Al parecer, también llegan de algún modo u otro mis libros a Chile, Venezuela, Perú, Uruguay e incluso Estados Unidos, ya que me llegan mails de lectores de allí, por lo que hago extensivo a todos ellos el agradecimiento.

Capítulo aparte merece Brasil, en donde se han venido traduciendo al portugués varios títulos míos desde hace años, y parece ser que funcionan bien, pero en este caso no dispongo de ninguna cifra. Pues un saludo para ellos también.

¡Muchas gracias por vuestra confianza, ahí estamos!




martes, marzo 21, 2017

LA MASACRE DE KHAIBAKH: CUANDO LOS SOVIÉTICOS PRENDIERON FUEGO A UN ESTABLO CON 702 CHECHENOS DENTRO



Bien, amigos. Ya sabéis que cuando tardo en subir una entrada es porque estoy bastante liado, y así es. Estoy ultimando el libro que debe salir en otoño.

Pues en este libro voy a dedicar un capítulo a una masacre poco conocida. Seguramente a la mayoría de vosotros no os sonará de nada el nombre de Khaibakh, y es normal.

Pero comencemos por el principio...

Como sabéis, aprovechando el río revuelto de la Segunda Guerra Mundial, Stalin puso en práctica una política de redistribución étnica de la Unión Soviética, lo que traducido quiere decir que inició una vasta política de deportaciones. El pueblo que sería el triste protagonista de la matanza de Khaibakh sería el checheno, quien junto a ingusetios, karachais, calmucos y balkarios sería deportado en masa a Asia Central y Siberia a principios de 1944.

El encargado de la operación sería nuestro viejo conocido Lavrenti Beria, el jefe de la policía política del régimen soviético, el NKVD.

Beria debía completarla en apenas unos días; para ello, además de con el personal de su siniestra organización, contaría con la colaboración del Ejército Rojo, indispensable para coordinar semejante movimiento de población en tan cortísimo espacio de tiempo. Se calculó que la ejecución del plan iba a costar unos 150 millones de rublos, el coste de unos setecientos tanques T-34.

La operación se lanzó el 23 de febrero de 1944, el mismo día que se celebraba el Día del Ejército Rojo. Para participar de los actos, todos los hombres chechenos fueron convocados a las sede del soviet local de sus respectivas poblaciones.

Todos los hombres acudieron voluntariamente, sin sospechar nada. Una vez concentrados en las sedes, se les comunicó que estaban acusados de traición y colaboracionismo con los alemanes, y que serían deportados. A sus familias se les permitió coger lo indispensable para un viaje "de dos días".



Cerca de medio millón de chechenos se vieron obligados a dejar sus hogares y dirigirse a un destino incierto, en Siberia, Kazajistán, Uzbekistán y Kirguistán. En total, se emplearon 180 trenes especiales en la operación. No se les proporcionaría comida ni agua, por lo que tuvieron que sobrevivir con los víveres que habían cogido al salir de casa. A los pocos días, ya no les quedaba nada de comer. Cuando el tren hacía una parada, se les permitía bajar a recoger nieve y así poder beber. El trágico trayecto, que duraría varias semanas o un mes, se cobraría decenas de miles de víctimas.

Los que iban muriendo por el camino ni siquiera pudieron ser enterrados por sus familiares; para no perder tiempo, los soldados arrojaban los cadáveres al lado de las vías del tren. Con el fin de evitar ese denigrante final, muchos familiares preferían disimular dentro del vagón los cuerpos sin vida de sus seres queridos, escapando así de las inspecciones regulares de los soldados, para poder proporcionarles un entierro digno al llegar al destino.




La expulsión de aquellos que vivían en las regiones montañosas de difícil acceso tendría que esperar unos días más. Al ser pleno invierno, la nieve obstaculizaba los caminos, por lo que no le resultaría fácil a los soviéticos desplazarse hasta allí. La operación en la región de Galanchozh había quedado bajo el mando del general Mijail Maksimovich Gvishiani.

El 27 de febrero de 1944, las tropas soviéticas llegaron a la aldea de Khaibakh y obligaron a todos sus habitantes a salir de sus casas y reunirse en la plaza. A pesar de que entonces estaba cayendo una copiosa nevada, a los que eran capaces de caminar varios kilómetros sobre la nieve se les ordenó que se pusieran en marcha para dirigirse a la estación de ferrocarril más próxima. El problema para el general Gvishiani era trasladar al resto, un total de 702 personas, entre las que había mujeres con niños pequeños -incluyendo dos recién nacidos-, enfermos, inválidos y ancianos. Era impensable poner a caminar decenas de kilómetros a ese contingente, o esperar a que mejorase el tiempo.

Pero las órdenes recibidas desde Moscú eran precisas y tajantes; había que vaciar la región de chechenos, y de manera inmediata. Según una consigna verbal de Beria, los chechenos “no transportables” debían ser liquidados en el mismo lugar. Seguramente, el temor a quedar en el punto de mira de Moscú en el caso de fracasar en su misión llevó al obediente general a apostar por la opción más drástica.



Gvishiani ordenó llevar a aquellas personas a un enorme establo que había a las afueras de la aldea, amontonar alrededor heno seco y empaparlo con gasolina. Se emplazaron ametralladoras frente a la puerta.

Uno de los soldados presentes ese funesto día en Khaibakh, Dziyaudin Malsagov, recordaría años más tarde lo que ocurrió a continuación:

"Cerramos el establo y luego le pegamos fuego. Se escuchaban gritos desesperados de mujeres y niños. La gente consiguió echar la puerta abajo. Entonces recibimos la orden de disparar con ametralladoras a los que intentaban salir, de manera que la puerta se quedó bloqueada por sus cadáveres y los demás murieron quemados vivos".



La noticia del horrendo crimen comenzó a correr por los pueblos del resto de la región; de los que todavía no habían recibido la visita de los soldados soviéticos partieron grupos de lugareños para comprobar si era cierto.

Uno de los hombres que acudió a Khaibakh fue Saydkhasan Ampukayev, cuyo testimonio nos acerca el horror que se vivió allí:

“Escuché que habían quemado gente viva en Khaibakh. Aunque estaba un poco lejos de nuestra aldea, al otro lado de la montaña, fui hacia allí con varios vecinos. En el pueblo no quedaba nadie con vida. Cuando llegamos allí, vi algo que no puede describirse con palabras. Había visto muchas cosas a lo largo de mi vida, pero aquello era increíble. La gente estaba totalmente quemada. El techo del establo se había desplomado sobre aquellos cuerpos. Podías ver cráneos quemados y rotos, trozos de cuerpos..."

"Al principio no queríamos moverlos -continúa Ampukayev-, pero pronto decidimos que había que sacar los cadáveres. Improvisamos una camilla y comenzamos a sacarlos de allí. Recogimos fragmentos de piernas, cabezas y otras partes, no había ningún cuerpo completo. Reconocimos a un hombre llamado Tutu Gayev; su cara y su barba eran reconocibles, pero su cuerpo estaba totalmente quemado. Sacamos todos los restos y los llevamos hasta un riachuelo cercano. Allí cavamos una zanja y comenzamos a enterrarlos. Tuvimos que abrir tres zanjas más. Nos llevó tres días enterrar todos los cadáveres”.



Aquí tenéis una reconstrucción cinematográfica de lo que ocurrió aquel día:





Aunque en el video dice que la fecha de la masacre fue el 23 de febrero, en todas las fuentes aparece el día 27.


Aquí tenéis otro video que conmemora la matanza de Khaibakh, en el que aparece la fecha correcta:





El éxito de Gvishiani en su misión le llevó a ser felicitado personalmente por Beria. A su vez, Beria recibiría los correspondientes parabienes de Stalin cuando presentó su informe el 29 de febrero, en el que le comunicaba que la totalidad del pueblo checheno había sido deportado en apenas una semana.

La historia completa de la masacre de Khaibakh, así como de la deportación chechena -que se prolongaría hasta 1957-, la podréis encontrar en mi próximo libro, aunque para leerla tendréis que esperar todavía un poco...

jueves, marzo 09, 2017

VISITA AL BÚNKER SOVIÉTICO DE BARCELONA




Bien, amigos, vamos hoy con el relato de mi visita del pasado martes a un lugar que pocos barceloneses conocen: un búnker soviético en el número 17 de la Avenida Tibidabo. Tuve la suerte de hacer la visita en compañía del investigador histórico Pere Cardona, del blog Historias de la Segunda Guerra Mundial, y el escritor José Luis Caballero.

Los que conocéis la Ciudad Condal sabréis que esta calle está situada en la falda de la montaña del Tibidabo, y tiene a sus lados una serie de mansiones, construidas por la alta burguesía a principios del siglo XX. Una de estas casas es la del famoso Doctor Salvador Andreu, el farmacéutico que creó las populares Pastillas del Dr. Andreu. Fue construida en 1926 por el arquitecto modernista Enric Sagnier, tenía tres plantas, 800 metros cuadrados, caballerizas y dependencias para la servidumbre, así como un gran salón con columnas de mármol de carrara.

Aquí la tenéis en una foto que le hice:





En 1928, al fallecer el Doctor Andreu, la casa pasó a su hijo, quien la disfrutó plácidamente hasta que estalló la guerra civil, cuando fue nacionalizada por las autoridades republicanas, así que los Andreu tuvieron que marcharse.

La casa se convirtió en la sede del consulado soviético en Barcelona, que hasta entonces había estado emplazado en una habitación del hotel Majestic, en el Paseo de Gracia. Aquí tenéis el cartel, que se conserva en la antesala del búnker:




Al frente de la flamante legación diplomática estaría Vladimir Antonov Ovseenko, un veterano dirigente comunista que había dirigido la toma del Palacio de Invierno. Stalin le había perdonado el haber sido el hombre de confianza de su odiado Trotsky. Para sorpresa de los Andreu, los nuevos inquilinos mantuvieron a los criados y mostraron un especial cuidado en la conservación de la biblioteca, los muebles y los objetos de arte.

Desde el consulado, Ovseenko organizó la llegada de armamento soviético, pero también la de ayuda alimentaria; el primer barco cargado con carne en conserva y leche condensada, el Zirianin, llegó el 15 de octubre de 1936, siendo recibido en el puerto por una masa entusiasta, una euforia compartida por el cónsul, que cada día se sentía más integrado en la ciudad. Incluso aprendió a hablar catalán.

Pero Stalin había encomentado a Ovseenko otra misión más oscura, la de neutralizar a las fuerzas políticas que suponían un obstáculo al dominio soviético, como eran los anarquistas y los trotskistas del POUM. Así, el 15 de junio de 1937, en aquella casa pernoctaron los agentes soviéticos que al día siguiente detuvieron al líder del POUM, Andreu Nin, quien sería después torturado y asesinado.

Construcción del refugio


Pasados los primeros meses de optimismo y fervor revolucionario, la guerra adquirió un tinte cada vez más sombrío. Las victorias militares no llegaban y, además, Barcelona se veía amenazada por la aviación italiana. Para proteger al cuerpo diplomático de los bombardeos, se decidió la construcción de un refugio en el sótano del edificio. Los planos del mismo no se han hallado, por lo que no sabemos si fue excavado o se aprovechó una bodega preexistente.

Aunque debía cumplir funciones de refugio antiaéreo, lo que se construyó fue un auténtico búnker. Los muros de hormigón tenían 40 centímetros de espesor. La entrada estaba protegida por una pesada puerta de hierro colado que sólo podía abrirse y cerrarse desde dentro.

Aquí la podéis ver:





Fijaos en el grosor:



Tenía una salida posterior, por otra puerta blindada que también era imposible abrir desde fuera; daba directamente al jardín, y supuestamente debía usarse si la principal quedaba bloqueada por cualquier motivo.







El búnker, de apenas 50 metros cuadrados pero bien aprovechados, disponía de un generador electrógeno autónomo, dormitorios, cocina, despensa, botiquín y letrina.

Este es el pasillo:



Aquí podéis ver uno de los habitáculos:


Esta es la letrina:



Final de la guerra


No sabemos si Ovseenko llegó a utilizar el búnker en alguna ocasión, ya que en agosto de 1937 fue destituido y llamado a Moscú. Antes de partir, organizó una cena de despedida y obsequió al hijo del Doctor Andreu, con quien se había mantenido siempre en contacto, con la bandera soviética que había ondeado en el mástil del consulado. Es muy posible que Ovseenko intuyese lo que le esperaba en la capital soviética. Si era así, no se equivocaba; al llegar, lo detuvo la policía política, el NKVD. En 1938 fue juzgado, acusado de espía y trotskista, condenado a muerte y ejecutado al año siguiente. En 1956 sería rehabilitado a título póstumo.

En noviembre de 1937, el consulado alcanzaría el rango de embajada, al trasladarse el gobierno republicano de Valencia a Barcelona. El embajador soviético, Leon Gaykis, también acabaría siendo reclamado en Moscú, en donde se supone que fue una víctima más de las purgas estalinistas.

Al acabar la guerra, los Andreu encontraron la casa tal y como la habían dejado casi tres años atrás. Como curiosidad, en 1974, varios ministros del gobierno franquista de Arias Navarro cenaron allí, con el búnker soviético bajo sus pies.


Mi visita al búnker

En la actualidad, el edificio es la sede de la Mutua Universal, entidad que ha realizado un encomiable esfuerzo para proteger el búnker. Sabéis que aquí he criticado muchas veces el descuido y la falta de interés en conservar elementos históricos, como en el caso de los nidos de ametralladoras de El Prat; así que es justo reconocer el esfuerzo de esa entidad para preservar el que tienen en su edificio.

Así, el refugio se encuentra en perfecto estado de conservación. Las puertas de madera del interior son las originales. También permanece allí un cuadro eléctrico, una bujía de 1936 e incluso, lo más llamativo, unos extensores gimnásticos que, parece ser, eran utilizados por el propio Ovseenko para mantenerse en forma:




En la bien iluminada antesala del búnker se expone también la placa de la embajada (reparad en el extraño cambio de orden entre Socialistas y Soviéticas), así como la descolorida bandera soviética regalada por el cónsul.





Durante un tiempo se organizaron visitas al búnker los sábados por la mañana, pero hoy día sólo se permite el acceso a los investigadores (alguna ventaja debía tener ser historiador). Cuando estaba abierto al público se planteó la posibilidad de añadir atrezzo, pero se optó exhibir únicamente el material original allí encontrado. Apenas se ha añadido un cerrojo a la puerta con fines prácticos.

La leyenda dice que existe un pasadizo que enlaza el búnker con otra mansión controlada por los soviéticos, La Tamarita, que se encuentra a unos trescientos metros de allí.

Después de la visita al búnker, nos dirigimos a esta otra casa para tomar unas fotos:




Esta otra casa señorial, hoy sede de la Fundación Blanquerna, era utilizada como checa, es decir un centro de detención y tortura.


Si las paredes de esos sótanos hablasen...



Otro día hablaremos de las checas de Barcelona, un tema que estoy estudiando ahora y me está resultando apasionante.

Pues hasta aquí la crónica de mi visita al búnker, espero que os haya gustado.

Y como de bien nacidos es ser agradecidos, quiero dar las gracias a la Mutua Universal por las facilidades que me dieron para visitarlo, así como en especial a Jordi Pascual por su amabilidad y paciencia.