
Para que hagáis boca con mi nuevo libro, EL DESASTRE DEL HINDENBURG, os voy a hablar de la que era, sin duda, la sala más sorprendente del célebre dirigible. Aunque el aparato estaba dotado con más de 100.000 metros cúbicos de gas inflamable en su interior, y las medidas de seguridad eran extremas para evitar que saltase alguna chispa fortuita, los ingenieros alemanes consiguieron dotar a la aeronave... ¡de una sala de fumadores!
Pues sí; para que ningún hipotético escape de hidrógeno pudiera entrar en esa sala, la habitación era mantenida a una presión mayor que la del resto del dirigible. Además, tanto la sala de fumadores como el bar adyacente estaban separados de las otras estancias por una doble puerta para garantizar el mantenimiento de la alta presión.

La sala de fumadores del Hindenburg disponía de un encendedor eléctrico, ya que las cerillas y los mecheros estaban estrictamente prohibidos a bordo; antes de subir al dirigible, los pasajeros debían entregar estos artículos, que les eran entregados a su llegada a destino.
La sala de fumadores estaba pintada de azul y el mobiliario era azul oscuro. La decoración mural para esta estancia representaba la historia del globo y el dirigible, desde los hermanos Montgolfier al Graf Zeppelin. Mientras uno fumaba un puro o una pipa, podía admirar los paisajes atravesados por el Hindenburg en su camino, pero en este caso, obviamente, no era posible abrir las ventanas, que estaban selladas para mantener la presión en su interior. Sin duda, la sala de fumadores era la estancia más popular de la aeronave.

De paso voy a hablaros del bar del Hindenburg que, tal como he dicho, era una pequeña antesala situada en un extremo de la sala de fumadores, justo antes de la doble puerta de salida. El camarero encargado de apagar la sed de los que hasta allí se acercaban era el veterano Max Schulze, de 60 años, que había sido también barman en los transatlánticos de la mítica línea Hamburg-Amerika.
Aquí tenéis a Schulze ofreciendo puros a un oficial de la Luftwaffe:

Aquí podéis ver la pequeña barra desde la que Schulze despachaba las bebidas. Como podéis ver, en la pared del fondo estaba pintada una escena típica española, no me preguntéis por qué:

Los cócteles que gozaban de más predicamento eran los denominados LZ 129 en honor al Hindenburg, que jugaban con distintas variaciones sobre una base de ginebra con zumo de naranja, todo siempre muy frío, o los Maybach, una combinación que Schulze mantenía en secreto y que, de hecho, se llevaría a la tumba, pues moriría en el accidente. No obstante, debido a la habitual presencia de pasajeros estadounidenses a bordo, Schulze era requerido para servir los típicos cócteles norteamericanos, como el Manhattan, que entonces era muy popular. Pero Schulze no sólo debía ocuparse de agitar la coctelera, sino que debía estar muy atento para ningún pasajero, en un descuido, saliera de la sala presurizada con un cigarrillo encendido.
Aquí podéis ver a unos pasajeros tomándose unos cócteles -creo que unos Manhattans-, con el mural typical spanish al fondo:

¿Qué costaba tomarse una copa en el Hindenburg?
Pues he calculado que un refresco costaba el equivalente hoy día a 6 euros, una cerveza 13 euros, los cócteles variaban entre 15 y 18 euros y un vaso de whisky con soda costaba 24 euros. Si durante las comidas alguien deseaba una botella de vino extra, los precios variaban entre los 45 euros de un vino del Rin o un Mosela a los 90 euros de un vino espumoso Kessler o los 100 euros del Deinhard Cabinet, pasando por los 50 euros que costaba un burdeos o los 60 de un borgoña, aunque aún había botellas más caras reservadas para los viajeros más pudientes.
Pues hasta aquí, lo que os explico gratis; para conocer más detalles de la vida a bordo del Hindenburg, ya os tendréis que comprar mi libro...