Bien, os iba a hablar de los dos nuevos coleccionables de la Segunda Guerra Mundial que hay en los kioskos, pero para no aburrir con el tema lo dejo para el lunes.
Ahora os voy a hablar de la relación entre la guerra y la cocina. Estoy elaborando un artículo para una revista de Historia, que incluye un apartado sobre este tema. Os lo paso a continuación, a ver si os gusta:
Por ejemplo, el origen de la popular salsa mahonesa hay que buscarlo en el asedio a Mahón en 1756 por los franceses, durante la guerra de los Siete Años. En esos momentos Menorca estaba en poder de los británicos, y los franceses, con el duque de Richelieu al frente –no confundir con el cardenal Richelieu-, pusieron sitio a la capital de la isla.
La guarnición británica acabaría rindiéndose y Richelieu regresaría triunfante a Francia, siendo admirado por el golpe propinado al orgullo inglés. Pero su éxito no fue sólo militar, sino también gastronómico. Durante al asedio tuvo oportunidad de degustar la que entonces se conocía como "Salsa de Mahón"; Richelieu llegó a París con la receta de la salsa, que no tardaría en popularizarse por Francia y el resto de Europa, hasta llegar a nuestros días.
Las campañas del Ejército francés en España también estarían en el origen de la popularización del consomé.
En este caso, el descubrimiento acaeció durante la Guerra de la Independencia, cuando un grupo de soldados franceses asaltó la biblioteca del monasterio de Alcántara.
Entre los libros que se llevarían a Francia como botín figuraba un recetario de cocina de los monjes en el que figuraba un caldo denominado consumado, pasando de este modo a la cocina del país vecino.
También en los Ejércitos napoleónicos se sitúa el origen de un invento muy útil: las latas de conserva. Debido a la necesidad de encontrar un modo de avituallar a sus tropas durante las largas campañas bélicas, Napoleón estableció un premio en metálico de 12.000 francos al que encontrara un procedimiento de conservación de alimentos.
El maestro confitero Nicolás Appert consiguió este premio en 1810 gracias a un sistema de su invención por el que se colocaban los alimentos en botellas de vidrio selladas, siendo sometidas a un calentamiento en agua hirviendo. Antes de la campaña de Rusia, el cristal fue sustituido por latas para facilitar así su transporte. Sin embargo, lo que no se inventó fue el abrelatas, por lo que los soldados debían abrirlas con bayonetas, navajas, piedras o incluso con disparos de fusil. El primer abrelatas no sería patentado hasta 1858, por el norteamericano Ezra J. Warner.
Pero no hay que remontarse a siglos pasados para encontrar innovaciones culinarias. Un aparato que se ha hecho imprescindible en todas las cocinas es el horno microondas, un electrodoméstico que también tiene su origen en al ámbito militar. En el verano de 1945, un ingeniero norteamericano, Percy Spencer, estaba investigando por cuenta del gobierno norteamericano con un magnetrón –un generador de altas frecuencias- para utilizarlo como radar.
Un día, tras pasar un tiempo al lado de este invento, Spencer comprobó que se había fundido una tableta de chocolate que guardaba en un bolsillo. Sorprendido, colocó granos de maíz cerca del magnetrón y obtuvo al poco tiempo palomitas de maíz, comprendiendo enseguida que las microondas de baja intensidad hacían subir la temperatura. Se le ocurrió entonces la idea de hacer un horno empleando este sistema; había nacido el microondas. Sin embargo, ese primer horno pesaba más de ochenta kilos, pero en los años setenta, al reducirse su tamaño, comenzó a extenderse su uso.
La influencia de la guerra no sólo la podemos advertir en nuestras cocinas. Si en un bar tomamos un café, es posible que lo hagamos sin saber que el primer café liofilizado se inventó durante la Guerra de Secesión (1861-65), para restar peso en las mochilas de los soldados nordistas.
Y si decidimos acompañar el café con un
croissant, quizás no sabremos que esta popular pieza de bollería fue creada en 1683 por los panaderos de Viena para celebrar la victoria sobre los turcos que sitiaban la ciudad.
Los turcos habían comenzado a cavar túneles para penetrar en el interior de Viena, pero varios panaderos, al trabajar durante la noche, pudieron escucharon el ahogado sonido que brotaba del suelo al ser perforados los túneles. Rápidamente, los panaderos dieron la alarma y los túneles fueron descubiertos, evitando así la repentina irrupción de los soldados otomanos en el interior de la ciudad.
Para celebrar el fin de la amenaza otomana, los panaderos hornearon una pieza de hojaldre en forma de media luna, la insignia de la bandera turca. De este modo, cada vez que nos desayunamos con un croissant, lo hacemos, sin saberlo, con el símbolo de los derrotados enemigos de la cristiandad...
Por cierto, si sois cocinitas como yo (y no lo sois, pues también), os recomiendo entusiásticamente el blog COCINA PARA IMPOSTORES. Su creador, un tipo genial que se oculta tras el seudónimo de Falsarius Chef, te monta unas recetas de lo más aparentes a base de latas y congelados, y que te hacen quedar como un profesional. Yo me he anotado buenos tantos con sus recetas. Si queréis saber algo más de este fenómeno que esta arrasando en la red podéis ver esta entrevista digital que le hicieron en El Mundo. ¡Buen provecho!