Seguimos con historias de animalitos, en este caso la de las moscas que se atrevían a molestar al Führer:
El personal que trabajaba a las órdenes de Hitler vivía con desasosiego los repentinos cambios de humor del dictador. En un momento podía pasar de la más exquisita amabilidad a una explosión de ira incontrolada, que solía saldarse con un rescoldo de resentimiento que podía tardar mucho en quedar extinguido. Esto es lo que ocurriría en dos ocasiones, teniendo como protagonistas un par de molestas moscas.
En una ocasión, en el otoño de 1942, Hitler se encontraba en la parte exterior del Werwolf, su cuartel general en tierras ucranianas. Allí, de pie bajo un árbol que le protegía de los rayos del sol, leía atentamente unas notas. A su lado, a escasos metros de distancia, se encontraba uno de sus guardaespaldas, Fritz Darges, que había sido antiguo ayudante de campo de Martin Bormann. Más alejado se encontraba otro escolta, Rochus Misch, que sería testigo del suceso.
Una inoportuna mosca interrumpió la lectura del Führer. Este, visiblemente irritado, comenzó a agitar sus brazos intentando ahuyentar a la incómoda visitante, sin éxito. Mientras tanto, el guardaespaldas más próximo asistía inmóvil a la escena, con las manos cruzadas detrás de su espalda. La mosca volvía una y otra vez, agotando la paciencia del dictador, que trataba de espantarla agitando los papeles que llevaba en su mano.
Darges continuaba totalmente quieto, pero ya no podía disimular una contenida sonrisa, ante el insólito espectáculo en el que una osada mosca se atrevía a desafiar al, por entonces, amo y señor de casi todo el continente europeo. El irrepimible gesto burlón del guardaespaldas no pasó desapercibido al tirano nazi, que, en lugar de encajar la contrariedad con sentido del humor, le espetó:
"Si no es capaz de mantener a distancia ni una mosca, eso significa que no necesito un guardaespaldas como usted".
El tono empleado por Hitler no dejaba lugar a dudas. Darges estaba despedido desde ese mismo momento. Unas horas más tarde, el guardaespaldas abandonaba el Werwolf con destino al frente de Stalingrado.
Un episodio casi idéntico sucedería más tarde en Berlín, en fecha indeterminada y con un protagonista del que tampoco ha quedado el nombre. Según el testimonio de Christa Schroeder, un joven y prometedor oficial del entorno del dictador manifestó su intención de casarse con la hermana de Eva Braun, una unión que el dictador veía con buenos ojos. No obstante, debido a algún motivo no aclarado, la relación no cuajó. Hitler, que disfrutaba emparejando a las personas solteras que le rodeaban, culpó del fracaso del noviazgo a este oficial.
Meses después, el antiguo pretendiente de su cuñada asistía a una reunión de Hitler con sus generales. Durante la misma, otra mosca se atrevió a molestar al autócrata, y éste le ordenó que la matase. Ante esta orden absurda, el joven oficial simuló no haberla escuchado, lo que provocó la ira de Hitler: "¡Usted es un inútil¡", le gritó ante la estupefacción de los presentes.
El dictador continuó reprendiéndole violentamente: "Mientras que un secretario de mis oficinas ha sido capaz de utilizar con éxito el primer submarino de bolsillo (hacía referencia a una historia real), usted, todo un comandante de las SS, ¡no puede matar ni una mosca!".
El oficial tuvo que abandonar inmediatamente la sala de reuniones y ese mismo día quedó adscrito a una unidad de combate en el frente ruso. Quién sabe si coincidió allí con la otra víctima del enojo del Führer contra las moscas que habían pretendido desafiar su omnímodo poder.
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