Bien, amigos, ya estamos de nuevo aquí. Seguro que al ver el título y la foto habéis pensado que me he vuelto definitivamente un autor conspiranoico y apocalíptico.
La verdad es que desde que comenzó la pandemia mis entradas han tomado ese sospechoso cariz, ante lo que poco puedo alegar en mi defensa, pero aun así asumiré el riesgo de perder mi credibilidad como autor especializado en la Segunda Guerra Mundial, en el supuesto de que todavía posea alguna.
Coincidiréis conmigo en que las grandes crisis se perciben en su estado embrionario por indicios aparentemente triviales, pero que se van engarzando a otros hasta que conforman el turbador anuncio de lo que está por llegar. Recuerdo que el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en 2007 lo percibí durante el verano, al comenzar a ver bastantes letreros de "Se vende" en los balcones, o la actual crisis al contemplar locales comerciales recién cerrados y con carteles ofreciéndolos en venta o alquiler.
Así pues, se me han presentado algunos indicios de que algo inquietante está sucediendo. Lo primero, una vecina de ochenta años vino ayer a pedirme que le haga un trámite de la Seguridad Social por internet; me dijo que había ido a la oficina pero que no los tramitan de forma presencial porque están saturados. Así que le entregaron una triste fotocopia en papel reciclado con la dirección de la web y unas indicaciones en rotulador que se han revelado inútiles cuando me he dispuesto a diligenciarlo.
A pesar de que me desenvuelvo con cierta pericia en trámites online, me resultó muy difícil realizarlo. Ayer lo despaché -o eso creía- pero hoy me han respondido por mail que debo rellenar otra solicitud en PDF para adjuntarla, a su vez, a la solicitud que formulé -al menos me la han suministrado en archivo adjunto-, enviarla online, y adjuntar a su vez unos documentos también en PDF. He empleado más de media hora en solventarlo todo y aún así me barrunto que algo no habré adjuntado como es debido.
Es decir, que el Estado ya reconoce que no tiene capacidad para realizar ese trámite, y encarga al propio ciudadano que se busque la vida para hacerlo él mismo. Cuando acudimos a un McDonald's aceptamos hacer de camareros, o de dispensador de combustible en la gasolinera, pero creo que el que debamos hacer también de funcionarios ya es excesivo.
La vecina me ha dicho que en la oficina, cuando las personas mayores se quejaban de que no sabían hacer ese trámite por internet, les conminaban a que recurriesen "a algún nieto"; ignoro si ese es el protocolo de actuación de los funcionarios ante la demanda de aquellos que no poseen competencia digital.
Ítem más. Ayer aquí en Cataluña se abrió el plazo para solicitar unas ayudas de 2.000 euros para los trabajadores autónomos, que ascienden a unos 500.000. Pero sólo había fondos para los 10.000 primeros, así que ayer hubo tortas digitales por entrar en la web y tramitarla. Naturalmente, la web se colapsó y sólo unos pocos afortunados lograron agarrar el dinero en esos Juegos del Hambre en los que, de cada cincuenta, sólo podía quedar uno. En la TV han entrevistado a un gestor que dice que no consiguió tramitar ni una sola.
Seguimos. También han explicado en la TV que los parados de Cataluña que se quedaron sin trabajo después del 12 de agosto les ha resultado imposible tramitar el subsidio de desempleo por falta de personal y medios. En alguna noticia he leído que se ha tramitado el 15%, lo que no cambia mucho las cosas.
En cuanto a personas que tampoco han podido cobrar el ERTE existen cifras dispares, pero parece ser que un número indeterminado, quizás cientos de miles, están todavía afectados en toda España.
La prestación de nuevo cuño conocida como Ingreso Mínimo Vital, destinada a paliar emergencias económicas, también está experimentando muchos problemas. Aquí en Cataluña, según datos de ayer mismo,
el 93% de las peticiones están sin tramitar.
En Barcelona, los inmigrantes no pueden renovar sus documentos porque la Oficina de Extranjeros está colapsada, lo que ha dado lugar a
un mercado negro de citas previas, al precio de hasta 200 euros.
Naturalmente, puede objetarse que la pandemia ha tensionado el sistema y que es normal que se produzcan esos cuellos de botella en todo tipo de trámites, pero como uno es muy susceptible, temo que estos sean los primeros indicios de que, sencillamente, el Estado se está desintegrando ante nosotros, sin que casi nos demos cuenta.
En general, la gente confía su bienestar actual y, sobre todo, el futuro, a lo que le pueda proveer el Estado. Eso ha sido así desde que surgió el Estado del bienestar, también conocido como Estado benefactor, Estado providencia o, según los más críticos con esa idea, el "papá Estado". En principio, el Estado no deja a nadie abandonado a su suerte.
Sin embargo, tengo la impresión de que eso está cambiando. Por primera vez, que yo recuerde, el Estado está siendo ya incapaz de cumplir con las funciones que le dan su razón de ser. Eso aún no se reconoce por los poderes públicos, por supuesto, pero quizás haya un momento revelador en el que eso se haga dramáticamente visible para todos.
Puede llegar en forma de un retraso en el pago de prestaciones y pensiones, en solicitar a los enfermos que se queden en casa porque los hospitales ya están saturados, en la instauración de algún tipo de corralito, la quiebra del orden público sin que las fuerzas del orden puedan ya restaurarlo, etc.
Si llega ese momento cada uno tendrá su margen de actuación, sea mucho o poco, pero creo que no está de más tener presente esa hipótesis para que no nos coja por sorpresa. Como método de autodiagnóstico, aconsejo que cada uno calcule cuántos meses podría sostenerse por sí mismo en el caso de que no le llegasen los fondos del Estado que reciba habitualmente -sueldo de funcionario, subsidio o pensión- o si se quedase sin trabajo y no recibiese ninguna prestación. El resultado permite conocer el alcance del problema al que hipotéticamente uno debería enfrentarse y la necesidad o no de apostar por estrategias que reduzcan esa dependencia de un proveedor que está demostrando no ser demasiado fiable.
Como siempre digo, esperemos que esté equivocado y que estas reflexiones no se correspondan con la realidad venidera; y, por tanto, que me deje de jugar a ser Casandra y dedique mi tiempo a seguir juntando letras para goce y disfrute de los aficionados a la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, espero que, al menos, estas líneas os sirvan para tener los ojos bien abiertos y advertir esas señales de peligro que, como los canarios en las minas, avisan de lo que quizás, sólo quizás, está por llegar.