miércoles, octubre 28, 2020

EL HUNDIMIENTO (Y NO HABLO DE LA PELÍCULA)

Bien, amigos, he estado ausente tres meses desde mi última entrada, pero ha habido algunas circunstancias que me han llevado a dejar de lado el blog. Pero no ha sido sólo el blog, ya que, por ejemplo, debe hacer un par de meses que ni entro en Facebook, y apenas posteo algo en Twitter o Instagram. 

Podría decir que la razón es que he estado todo este tiempo muy ocupado con mi nuevo libro. En parte es verdad, ya que esta obra me ha supuesto un gasto de energía considerable. Creo que es mi mejor libro hasta la fecha, y tardaré un tiempo en acometer una empresa similar. Durante este tiempo he tenido que hacer las últimas comprobaciones, trabajar en su pulido y abrillantado, y después corregir los tres juegos de galeradas que me ha remitido la editorial. 

 Al mismo tiempo, he tenido varios encargos de artículos para revistas de Historia, por lo que he estado ciertamente entretenido en cuanto a las obligaciones. En cuanto al libro, ya hay fecha de publicación -el 24 de noviembre- e incluso se puede adquirir ya en preventa en Amazon, pero quiero esperar un poco antes de comunicar oficialmente su lanzamiento. 

Pero mi ausencia no se explica sólo por esa carga de trabajo. La verdad es que no estoy muy animado para interactuar en internet, viendo lo que está ocurriendo y, sobre todo, con lo que está por venir. Ya he subido algunas entradas catastrofistas y realizado vaticinios apocalípticos que no se han cumplido (aún), pero el paso del tiempo no me ha llevado precisamente a desdecirme de mis augurios. A mí me gusta ver números, gráficas y estadísticas, y absolutamente todos los datos apuntan a una crisis de tal calibre que ni siquiera podemos imaginar.

 

Durante este tiempo me ha dado por estudiar la apasionante crisis financiera de 2008; he visto bastantes documentales y varias películas, lo que me ha resultado muy esclarecedor. 

De entre las películas destaco LA GRAN APUESTA (2015), que explica la historia de los clarividentes inversores que ya en 2005 advirtieron el tsunami que se cernía sobre la economía norteamericana y mundial. Ahí te das cuenta de que, para entonces, la crisis ya había comenzado, era como una bomba de relojería que alguien había activado y que ya resultaba imposible detener. 

Pero lo más significativo es que todavía en 2007 no se apreciaban los efectos de esa crisis que ya se había desatado en el subsuelo. Aparentemente todo iba bien, el edificio de la economía lucía esplendoroso, pero el interior estaba apuntalado y los cimientos carcomidos. La cuestión ya no era si el edificio se hundiría, sino cuándo. 

Por tanto, me ha resultado inevitable comparar aquella situación con la actual. No soy economista, pero aplicando sólo el sentido común adviertes a dónde nos dirigimos. Nuestra economía se asienta sobre una gigantesca deuda. Ahora mismo, la deuda mundial es del 322% del PIB del planeta. El incremento de la deuda está fuera de control; el año pasado, la deuda de los gobiernos sencillamente se duplicó (España tiene que pagar cada hora 4,5 millones de euros sólo para abonar los intereses). Y este año, con la pandemia, no hay duda de que la deuda se estará disparando aún más.

 

Estados Unidos está imprimiendo dólares a un ritmo nunca visto antes: 60 millones por minuto. El 22% de los dólares en circulación se han impreso en 2020. Al parecer (porque todo lo que hace referencia a la Reserva Federal está rodeado de secretismo), las máquinas ya no pueden imprimir más rápido, por lo que ya se tienen que "imprimir" dólares virtuales dándole a la tecla de un ordenador. 

De momento, los bancos parecen gozar de una excelente salud. Pero, ¿qué pasará cuándo personas, empresas y quizás gobiernos no puedan pagar los préstamos? Por culpa de los efectos de la pandemia las compañías aéreas se están hundiendo, igual que las de cruceros, las empresas hoteleras, los negocios de restauración, las grandes cadenas de ropa, las empresas automovilísticas... 

Todas esas empresas tenían préstamos a los que no podrán hacer frente. Al igual que los millones de personas que se están quedando en paro, o que están cerrando sus negocios. No podrán pagar sus préstamos ni hipotecas. Los bancos poseen una gigantesca deuda que es incobrable, ya que no podrán ejecutar las garantías con las que se firmaron esos préstamos por su drástica caída de valor (¿quién va a comprar esos aviones, barcos, locales o casas?).

 

No hace falta ser un sabio para ver la enorme diferencia entre la crisis del 2008 y la que ya está teniendo lugar ante nosotros. Aquélla surgió del sector inmobiliario y ya vimos cómo afectó a toda la economía mundial; imaginemos esa crisis multiplicada por todos los sectores a la que está afectando la actual. 

Así pues, la cuestión ya no es si va a haber un hundimiento catastrófico de la economía o no, sino cuándo será y si el colapso será repentino o gradual. 

Y ahora surge la pregunta: ¿Qué hacer? A nivel global, considero que es inevitable, ya no puede hacerse nada para impedirlo.

En el plano personal tampoco existen muchas alternativas. En mi caso, he rebajado al mínimo mi dependencia de los bancos, adoptando soluciones financieras radicales. Cuando el edificio se desplome no quiero verme atrapado en ningún corralito o una pérdida completa de mis fondos. La gente no es consciente de que, por ejemplo, en la zona Euro los bancos sólo están obligados a tener un 1% de sus depósitos en la caja. El resto se presta o se invierte. En Estados Unidos, para los depósitos a plazo y otros que no sean a la vista es el 0%. 

No hay que ser economista para imaginar lo que puede pasar si esos préstamos son incobrables, como hemos visto, o las inversiones resultan ruinosas. De pronto, ese dinero depositado en los bancos, sencillamente, se esfumará, al mejor estilo David Copperfield. Y no quiero que el fruto de mi trabajo esté ahí dentro cuando eso suceda. 

En fin, siento lanzar un mensaje tan poco optimista. Como digo siempre, espero estar equivocado, que mis augurios se demuestren infundados y que dentro de un tiempo, cuando, después de haberse distribuido la vacuna, los locales y restaurantes vuelvan a abrir, los estadios se llenen, lluevan las ofertas de trabajo, entremos en una época de esplendor y nuestra vida sea como la del gran Gatsby, os podáis reír de mí un rato...