sábado, abril 01, 2006

Bombardeo de naranjas en Australia



Y como propina para los apasionados por la aviación durante la Segunda Guerra Mundial, aquí va un episodio muy poco conocido, como es el del único bombardeo de naranjas de toda la historia.


En los primeros meses de la campaña del Pacífico, la expansión japonesa parecía no tener límite. Nadie era capaz de frenar a los ejércitos del imperio del Sol Naciente. Extremo Oriente cayó bajo la órbita nipona sin que norteamericanos ni británicos pudieran hacer nada por impedirlo.

La amenaza sobre Australia era alarmante. Las potencias occidentales debían protegerla a toda costa; el continente austral suponía la base de operaciones necesaria para desafiar algún día la, hasta ese momento, incontestable hegemonía imperial. Si Australia caía también víctima de la expansión japonesa, los Aliados contemplarían impotentes cómo el sur del Pacífico se convertía en un lago nipón.

Por lo tanto, los Estados Unidos construyeron bases y pistas de aterrizaje en la parte norte de Australia. Esta vasta zona era prácticamente salvaje, con una presencia mínima de población, que se regía por comportamientos más propios del far west. Aunque el enemigo más temido era algún ataque aéreo o un posible saboteador, las instalaciones militares debían enfrentarse a un problema que no habían previsto y con el que nada tenían que ver los nipones; el hurto indiscriminado de cualquier objeto, fuera o no de utilidad.

Por ejemplo, en mayo de 1942, desapareció una base militar por completo, recién construida en una zona desértica, cuando estaba a punto de entrar en servicio. No había que buscar ninguna explicación sobrenatural al extraño fenómerno; un eficiente grupo de amantes de lo ajeno había aprovechado el fin de semana, en el que no había vigilancia, para desmontar todas las instalaciones y marcharse con ellas. ¡No dejaron ni tan siquiera las letrinas!

Las investigaciones posteriores no sirvieron de nada, al toparse con la ley del silencio que reinaba en la región. Pero las víctimas de estos robos no eran solamente los norteamericanos. Un oficial australiano que estaba sirviendo fuera del país regresó a su casa en Darwin durante un permiso, en agosto de 1942, para llevarse la monumental sorpresa de que ¡la casa había desaparecido!

En efecto, en su ausencia habían desmontado pacientemente la casa y se la habían llevado. Naturalmente, al oficial le fue imposible encontrar ningún testigo que le pudiera proporcionar alguna pista sobre los ladrones.

Aunque no se sabe si tenía relación con esta desafiante actitud de los naturales de esas tierras agrestes, las autoridades australianas pensaron que era necesario procurar a esos habitantes unas mejores condiciones de vida.

Las grandes distancias con las ciudades del sur provocaban que hubiese escasez de los productos más esenciales. Para remediarlo, se decidió utilizar los trayectos aéreos de la aviación militar para el transporte de productos. Cuando un avión debía atravesar el continente australiano para trasladar tropas o munición, se aprovechaba la ocasión para llevar consigo mercancías que hubieran tardado semanas en llegar al norte si se hubieran enviado por ferrocarril. A partir de entonces, las bodegas de los aviones se llenaron de cajas de fruta, bebida, o latas de conserva.

Uno de estos curiosos viajes fue el causante del que se conoce como el "bombardeo de Adelaida". Un avión B-24 Liberator, perteneciente al 380º Grupo de Bombarderos de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, despegó del aeródromo de esa ciudad, capital del estado de Australia del Sur, cargado de naranjas y cajas de cerveza y Coca-Cola, además de un buen surtido de bebidas alcohólicas.

Nada más despegar, cuando el aeroplano sobrevolaba el casco urbano, las compuertas de la bodega se abrieron por causas desconocidas y la carga comenzó a precipitarse sobre la ciudad.

En primer lugar cayeron las cajas de botellas. Una de ellas atravesó limpiamente el tejado de un lavadero, pero afortunadamente no había nadie allí en ese momento. Otro vecino se llevó también una buena sorpresa cuando unas cuantas botellas de cerveza se estrellaron en su patio.

Pero el efecto más espectacular de este insólito bombardeo lo proporcionaron las varias toneladas de naranjas que, como si de granizo se tratase, cayeron sobre esa parte de la ciudad, impactando sobre vehículos, casas o incluso los transeúntes que se encontraban en la calle. No hace falta describir la previsible reacción de perplejidad de los vecinos ante este inusual fenómeno meteorológico.

Charles Edward, uno de los tripulantes de aquel Liberator, recordaría años más tarde el accidente: "todavía no entiendo cómo pudo pasar. De repente, vimos como las cajas iban cayendo una tras otra por la compuerta y al poco tiempo todas las naranjas que llevábamos comenzaron a precipitarse al vacío. Fueron sólo unos segundos, pero suficientes para provocar ese desastre".

Milagrosamente, a pesar de la gran cantidad de mercancías arrojada sobre la ciudad, no hubo que lamentar víctimas

Al final todo quedó en una anécdota, pero a partir de entonces, antes de despegar, los aviones que despegaban del aeródromo de Adelaida se aseguraban de que las compuertas estuvieran bien cerradas...

HERNANDEZ, Jesús "HECHOS INSÓLITOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL" (Inédita Editores, 2005 / Puzzle Editores, 2006).
En caso de reproducir, citar fuente.

3 comentarios:

Ian Guerrero dijo...

Como sigas así, al final terminarás publicando todo el libro.
:-)

Ian Guerrero

Ian Guerrero dijo...

Se me olvidaba, he enlazado otra vez, este capítulo en mi blog.

Muchas gracias Jesús

Jesús Hernández dijo...

Pues sí, me gusta ir publicando fragmentos de mis libros para que se pueda acceder a ellos libremente.

De hecho, suelo enviar ejemplares a las bibliotecas e incluso he puesto en el eMule varios capítulos de los tres primeros libros, para que se los descargue el que quiera.

Aunque no puedo negar que me gusta que se vendan, lo que más quiero es que esas historias las conozca el mayor número de personas posible, así que estos fragmentos están abiertos a ser reproducidos también a discreción.

¡Un saludo y gracias!