martes, junio 25, 2019
"LO QUE NUNCA TE HAN CONTADO DEL DÍA D" DA LO QUE PROMETE
Bien, amigos, aquí estamos de nuevo, en este caso para ofreceros una reseña de un buen libro, LO QUE NUNCA TE HAN CONTADO DEL DÍA D, publicado por Principal de los libros.
En la anterior entrada os dije que en la próxima os pondría el video de mi desembarco, pero como me imagino que, si me seguís en las redes sociales, ya lo habéis visto, no voy a repetirme, ya que los escritores tendemos a ser unos pesados. Si alguien no lo ha visto, que se pase por mi Página Oficial de Facebook o por mi Instagram, jesushernandez3945.
Como digo, os voy a hablar de un libro que tiene la particularidad de que lo han escrito dos buenos amigos míos.
Tengo que admitir que no me siento cómodo al escribir la reseña de un libro del que conozca personalmente a su autor, y menos aún si es un amigo. Si digo que, efectivamente, la obra me ha gustado, el lector pensará que lo recomiendo por hacerle un favor, y si el libro no me ha gustado y así lo expreso, puede crearse una situación un tanto incómoda. Por tanto, no soy muy proclive a mezclar amistad y crítica literaria.
Hace un año, el divulgador histórico Pere Cardona y el periodista del ABC Manuel Pérez Villatoro (en la foto estamos los tres junto a una máquina Enigma) regresaron de un viaje a Normandía junto a un grupo de recreadores, durante el que se filmó una película documental, Road to Normandy, dirigida por Laureano Clavero.
Unos meses después, me confesaron que, a su vuelta, habían decidido escribir un libro sobre el Día D y que ya estaban en ello. Como podéis imaginar, me mostré un tanto escéptico sobre esa iniciativa, ya que se ha escrito casi todo sobre ese episodio. Me mandaron algún capítulo que habían escrito; mis reservas parecían confirmarse y así se lo expresé con sinceridad.
Sin embargo, los autores demostraron un buen criterio al ignorar mis disuasorias advertencias y poseer una gran fe en su proyecto. Un tiempo después, cuando leí algunos de los nuevos capítulos, vi el extraordinario fruto de ese empeño a prueba de agoreros.
Tanto Cardona como Villatoro no se han conformado con recoger información que ya ha sido publicada, sino que han realizado una auténtica investigación para descubrir historias inéditas.
Vosotros diréis, ¿es que quedaba algo por decir? Pues sí.
En lugar de explicar todo lo que ofrece el libro, voy a indicar lo que más me ha gustado.
Hay un capítulo dedicado a los planeadores, en el que he descubierto muchas cosas que no sabía, como lo que hace referencia a sus pilotos, unos héroes injustamente ignorados.
El testimonio inédito de un paracaidista de la 82.ª División Aerotransportada, conseguido directamente por los autores.
La emocionante descripción del desembarco en Omaha.
La historia, también inédita, del tesoro de Maisy.
El testimonio escrito de un joven soldado germano-español en la defensa de Normandía y la Bolsa de Falaise, Alberto Winterhalder, publicado también por primera vez.
Además del interés de los temas tratados, hay que decir que el libro está muy bien escrito, resultando ágil y ameno. Por otra parte, es pertinente señalar el gran trabajo llevado a cabo por la editorial, ya que la edición está muy cuidada y no hay prácticamente ninguna errata.
Hay que destacar también el dominio de las fuentes, aportando lo que de verdad interesa al lector y huyendo del aparato bibliográfico, tan prolijo como pastoso, que uno suele encontrarse en presuntas obras divulgativas, que demuestra que el autor sabe mucho del tema, pero que lo único que consigue es obstaculizar la lectura. Los autores consiguen aquí ese difícil equilibrio.
Sin duda, es un libro que volveré a leer para disfrutar nuevamente de esas historias. La única nota negativa es que los autores han dejado el listón tan alto que es difícil que lo puedan superar en su próximo proyecto, pero si ya fracasé una vez en mis augurios, por qué no puede pasar otra vez...
lunes, junio 10, 2019
DESPUÉS DE DESEMBARCAR EN OMAHA BEACH, MI VIDA SÓLO PUEDE IR HACIA ABAJO
Bueno amigos, vamos con una entrada que espero que os resulte interesante.
Como algunos sabéis, he estado una semana en Normandía con ocasión del 75º aniversario del Día D. Desde hace más de un año se ha estado organizando una expedición de recreadores de la Segunda Guerra Mundial, a la que fui invitado al formar parte del grupo de recreación del que formo parte, Red Devils Barcelona.
Al final hemos sido medio centenar de recreadores de toda España, de Asturias a Melilla pasando por Valencia, Guadalajara o Madrid, y hemos contado con varios vehículos para recorrer los puntos de interés de la región: un camión GMC, un halftrack, un Dodge y dos Willys, lo que no está nada mal. Y además... bueno, lo digo más adelante.
Aquí me tenéis junto a nuestro camión:
Antes que nada, quiero dar las gracias a todos los que han hecho posible este evento inolvidable; no los voy a enumerar porque seguro que me dejo alguno, pero hay que destacar sobre todo a David de la Tercera Blindada Spearhead, de Madrid.
Un diez a la organización y para todos los participantes, que han demostrado en todo momento una enorme generosidad y camaradería. A todos ellos les quiero transmitir mi agradecimiento.
Pues bien, después de que, en el caso de nuestro grupo, hiciésemos noche en Saumur para poder visitar su Museo de Blindados, hemos pasado toda la semana recorriendo Normandía. Como imagino que la mayoría de vosotros ya ha estado allí y conoce de sobra sus irresistibles encantos, no entraremos a describirlos y pasaremos directamente a lo que ha hecho de este viaje algo único y especial:
Sí, es una lancha de desembarco Higgins auténtica. Aquí la vemos cuando la estaban cargando en Madrid, colocando un Willys dentro para aprovechar el espacio.
Pues nuestro objetivo no era otro que desembarcar en Normandía. En principio se contaba con el permiso de las autoridades francesas para desembarcar en Gold, pero existía la posibilidad de hacerlo en Omaha según cómo fuera la cosa. Yo firmaba hacerlo en Gold, pero los astros serían propicios...
También en principio, al ir como US War Correspondent, tenía previsto dedicarme sobre todo a hacer fotos, pero una vez allí falté al juramento hipocrático del buen periodista y me decidí a involucrarme de lleno en la acción, tomando algunas con mi móvil pero dejando que las fotos las tomaran otros.
Bien, pues conforme iban avanzando los días, por una cosa o por otra, ya que había que tener en cuenta el viento, el oleaje y, por si fuera poco, el horario de las esclusas del puerto de Port-en-Bessin, el deseado desembarco se iba posponiendo. La fecha que parecía definitiva era el mismo día 6 de junio, pero la Gendarmerie decidió cortar todas la carreteras -incluyendo la autopista-, por lo que fue imposible llegar ni siquiera al puerto.
Al menos ese día por la tarde, cuando se levantaron todas las restricciones de tráfico, nos llegamos hasta Omaha, en donde me hice alguna foto, destacando esta que me encanta por su toque épico.
Después fuimos a toda pastilla con los vehículos por la arena, de una punta a otra de la playa.
El desembarco fue aplazado al viernes, pero el mal estado de la mar también lo impidió. Tan sólo quedaba el sábado, ya que el domingo regresábamos la mayoría de la tropa.
El sábado por la mañana llovía, hacía mucho viento y había oleaje, por lo no se podía zarpar. Hasta que, por la tarde, Eolo se apiadó de nosotros y el viento remitió un poco, aunque el mar seguía picado.
Ante las dudas en lanzar la operación, los responsables nos propusieron zarpar advirtiéndonos que el oleaje estaba "en el límite del límite". Después de otras dramáticas advertencias que mejor no reflejo aquí, decidimos igualmente desembarcar, afirmando con gallardía que "hemos venido a esto". Fue entonces cuando se confirmó un rumor que estaba circulando; no desembarcaríamos en Gold, ¡sino en Omaha Beach!
Si no me equivoco, al final fuimos 16 los que nos apuntamos al desembarco, incluida una aguerrida dama. Subimos a la lancha en el puerto y, después de distribuirnos bien para repartir el peso, atravesamos el puerto para salir a mar abierto.
Como os he dicho, no hice ninguna foto. Cuando me pasen el material gráfico ya lo publicaré en una nueva entrada.
Entre risas nerviosas y gestos mutuos de "esto va en serio", comenzamos a enfrentarnos a las olas. Por si no lo sabéis, las lanchas de desembarco no son nada marineras, al carecer de quilla. Eso implica que no pueden cortar las olas, sino que suben y bajan bruscamente. Pues cada vez que bajaba la lancha era como si un alemán nos arrojase un cubo de agua salada por encima. A los dos minutos estábamos todos empapados de arriba a abajo. Al menos, si a alguien le preocupaba hasta dónde se iba a mojar las piernas en el desembarco, esa preocupación ya había desaparecido. Quizás para emular la escena inicial de Salvar al soldado Ryan, a uno de nosotros le venció el mareo y ofreció a Neptuno su almuerzo a medio digerir.
La aproximación a Omaha duró una media hora, hasta que nos plantamos delante de su inconfundible silueta. Íbamos a desembarcar en el extremo oriental, el sector Fox Green, muy cerca de Easy Red, en donde se encontraba la bestia de Omaha.
La lancha dio entonces una vuelta en círculo y se dispuso a atacar la orilla. Esa maniobra tiene su ciencia, ya que la lancha tiene que acelerar hasta que la proa toque la arena y, tras esperar apenas unos segundos para que la gente baje, tiene que echar marcha atrás para no quedar embarrancada, por lo que había que darse mucha prisa en salir.
La salida de los ocupantes de la lancha no entraña demasiada dificultad, pero hay que tener en cuenta unas recomendaciones. Lo primero, hay que alejar rápidamente las piernas de la rampa por si ésta siguiera avanzando, para evitar recibir un golpe, y hay que desplegarse en abanico para no ofrecer un abigarrado blanco al enemigo y no taponar la salida de los que van detrás. Y también es imposible ver el suelo para calcular la profundidad, ya que al caer la rampa el agua se enturbia, por lo que hay que saltar con decisión.
Así que la lancha pegó el acelerón, tocó la arena, se escoró a la izquierda y bajó la rampa de golpe... Sin tiempo a pensar, los primeros descendieron velozmente por la rampa y saltaron al agua, que llegaba a la altura del muslo. Yo iba el tercero de mi lado, así que pude calibrar la profundidad por los que me precedían.
Por tanto, me metí en el agua -que no estaba fría- y, afortunadamente, no perdí el equilibrio, así que salí con cierta compostura. Hubo quien se tropezó y cayó de rodillas, otro quedó sumergido y tuvieron que rescatarlo, pero en general todos desembarcamos con mucha profesionalidad.
Después llegamos corriendo a la orilla y nos arrojamos cuerpo a tierra. Avanzamos una docena de metros mientras algunos turistas nos grababan con su móvil y, ante la falta de respuesta enemiga, dimos la playa por tomada sin mayores diligencias. Considero que vencer por incomparecencia del enemigo no deslustra nuestra magnífica operación.
Como podéis imaginar, la experiencia fue única. El momento más emocionante fue cuando bajó el portón, porque, sin saber exactamente lo que te vas a encontrar, has de salir por allí ciscando leches. Obviamente, los que desembarcaron hace 75 años, cuando descendió el portón se encontraron un ambiente más hostil, pero la experiencia ha servido como ligera aproximación, y salvando todas las distancias, a lo que aquellos hombres pudieron vivir entonces.
Como deslizo en el hiperbólico título que he elegido para esta crónica, desembarcar en Omaha puede considerarse la experiencia definitiva para los apasionados por la Segunda Guerra Mundial, tras la cual todo puede parecer insípido y anodino. Ahora uno se siente como cuando acaba la última temporada de su serie favorita, y le embarga la sensación de que ninguna otra va a llenar ese hueco. No hay duda de que llegarán nuevas vibrantes experiencias, pero tampoco la hay de que será muy difícil superar ésta.
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