Bueno, amigos, pues ya está en las librerías mi última obra, la versión 2007 del
¡ES LA GUERRA! LAS MEJORES ANECDOTAS DE LA HISTORIA MILITAR.
Como sabéis, en 2005 apareció este libro en bolsillo, en la colección Puzzle, pero debido a cuestiones de distribución que no vienen al caso, no estuvo presente en la mayoría de las librerías y no pudo venderse todo lo que estaba previsto. Pero ahora sale en la propia Inédita la nueva versión, corregida y ampliada, y además en tamaño grande, en tapas semi-rígidas, y añadiendo un pliego de fotos escogidas. En la portada se mantiene la célebre foto de Chaplin en la película"¡Armas al hombro!".
Pues mi editor de Inédita me dijo que saldría con un precio competitivo y así ha sido: 19,50 eurillos, que no está mal viendo cómo ha subido el precio de los libros que nos gustan, que están siendo ya prohibitivos.
Pues nada, es un libro ideal para el verano, consta de decenas de historias cortas, pero todas puestas en relación cronológica con el periodo que relata, así que se aprenden un montón de cosas de guerra y batallas interesantísimas de las que hay bien poca cosa en español, como la guerra de Crimea, la guerra de Secesión, la guerra de los Bóers o la Ruso-japonesa.
Como ejemplo, os transcribo un par de historias del capítulo dedicado a la guerra de Crimea (1854-1856), una de las grandes olvidadas. Pero antes, una ilustración con soldados rusos justo antes de una carga a la bayoneta para que os ambientéis:
En el texto que viene a continuación trato del desastre de la intendencia británica, para que no penséis que las chapuzas eran exclusivas del ejército español. ¡Ahí va!:
Los errores de la intendencia británica alcanzaron durante la Guerra de Crimea proporciones colosales. La preocupación más importante para los soldados era combatir el frío. Al principio de la contienda no se tuvo en cuenta este factor, pero más tarde, cuando los hombres morían víctimas de las bajas temperaturas, desde Londres se resolvió poner fin a las penurias de los soldados.
Para ello se procedió a reunir todo tipo de prendas de abrigo. Desde los puertos británicos partieron buques que transportaban grandes cantidades de capotes, mantas y jergones.
Aunque la mayoría de estos barcos llegaron a Crimea sin novedad -tan sólo hubo que lamentar el hundimiento en el mar Negro del Prince, con 40.000 capotes en sus bodegas-, allí esperaba un enemigo mucho más poderoso que los rusos: la burocracia militar.
Todo el material llegado al puerto de Balaklava fue debidamente inventariado y transportado a los almacenes del ejército. Una vez en tierras rusas, tan sólo podía ser expedido una vez que se hubieran cumplimentado las peticiones correspondientes por los oficiales al mando de cada regimiento. La consecuencia de esta rigidez administrativa fue que, al llegar los meses de diciembre y enero, 9.000 de los 12.000 capotes que habían llegado a Balaklava permanecían todavía en los almacenes.
Los sacos de tela que se habían enviado para que, una vez rellenos de paja o heno, pudieran ser utilizados por los soldados para no tener que dormir sobre el suelo húmedo, no corrieron mejor suerte. Aunque se enviaron unos 25.000, a los soldados no les llegaron más de un millar por culpa de los obstáculos burocráticos.
Naturalmente, estos jergones habían sido enviados desde Gran Bretaña sin el correspondiente relleno, con el convencimiento de que, una vez en Crimea, no habría ningún problema para obtenerlo. Pero no fue así; la mayoría de los afortunados soldados que pudieron hacerse con uno de ellos se encontró con la desagradable sorpresa de que no tenía a su alcance paja ni heno para rellenarlos. Así pues, se vieron obligados a continuar durmiendo en el suelo.
La falta de previsión de las autoridades militares británicas afectaría no sólo a las personas, sino también a los animales. La mayor parte de los caballos enviados a Crimea murieron a consecuencia de la falta de forraje. Los ingleses habían llegado a un acuerdo con una empresa turca para que les suministrase el heno necesario para la alimentación de los caballos. Al poco tiempo esta empresa quebró, por lo que el suministro quedó seriamente afectado.
Una vez restablecido el envío de heno a Crimea, se vio que las cantidades enviadas en los buques de carga a través del mar Negro no eran suficientes. Desde Gran Bretaña se enviaron unas prensas hidráulicas para comprimir el heno y transportar así una cantidad mayor. Pero la idea resultó un desastre; la maquinaria se instaló en Constantinopla, por lo que todo el heno recogido por toda la geografía turca debía ser primero enviado a la capital para, desde allí, remitirlo a Crimea, con los consiguientes retrasos.
El resultado fue también desastroso; los caballos británicos, enloquecidos por el hambre, acabaron comiéndose sus correas y alforjas. El intenso frío acabó por condenarles a una muerte lenta e inexorable, de la que no les pudieron librar los soldados, puesto que el general Cardigan ordenó que no se rematase a ningún caballo.
En este conflicto, el suministro de calzado a las tropas dejó mucho que desear. Aunque el ejército británico tenía una dilatada experiencia a la hora de equipar a sus hombres, durante la guerra de Crimea se dieron algunos errores imperdonables.
Por ejemplo, alguien falló en los cálculos y se encargó una mayor cantidad de las botas de número pequeño. La consecuencia fue que muchos no podían calzarse las botas, por lo que acabaron robándolas a los cadáveres de los soldados rusos, en una práctica que tendría luego su continuidad en la Segunda Guerra Mundial, en este caso llevada a cabo por los alemanes.
Pero hubo un error aún más grave. Tras unas semanas de uso, la mayor parte de las suelas de las botas fabricadas en Inglaterra se desprendían. La razón era la mala calidad de este calzado; las autoridades militares británicas deseaban mantener unos costes bajos y los contratistas se habían visto forzados a emplear material de baja calidad.
Así pues, el 1 de febrero de 1855, los hombres del 55º Regimiento británico estaban atravesando un lodazal con el barro hasta las rodillas cuando comenzaron a notar cómo las suelas se quedaban literalmente pegadas en el fango, desprendiéndose de las botas.
Al salir del cenagal, los soldados tomaron la decisión de arrojar lejos de sí aquellas inútiles botas sin suela y avanzar hacia el frente ¡en calcetines!
Pues con este par de sellos ingleses dedicados a los que participaron en aquella guerra me despido. Espero que os haya gustado el fragmento. Y si así ha sido, ya sabéis dónde hay más historias como éstas.