miércoles, marzo 29, 2006

Un aeródromo maldito

Para los amantes de las historias de aviación, como Ian Guerrero, que nos ofrece a todos su excelente blog Un piloto de combate, os brindo un nuevo capítulo de los que aparecen en mi último libro, ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (Nowtilus, 2006, en este caso dedicado a un aeródromo bitánico supuestamente embrujado...

Un B-17 como los que despegaban del aeródromo maldito de Boreham

Esta comprobado que en época de guerra toman un inesperado y sorprendente protagonismo historias de supersticiones que en tiempos de paz no merecerían el más mínimo crédito.

Ya hemos visto cómo en Inglaterra circularon todo tipo de rumores sobre la frustrada invasión alemana. Las historias de brujería, como no podía ser menos, también recobraron fuerza; según un más que dudoso testimonio aparecido en 1954 -el libro Witchcraft Today de Gerald Gardner- el fracaso de la operación “León Marino” habría que anotarlo en el haber de las brujas inglesas.

Al parecer, en el verano de 1940 se celebró una reunión de brujas al más alto nivel –el denominado Great Circle o Gran Círculo- en la localidad de New Forest con el objetivo de influir a distancia en el cerebro de Hitler para que no lanzara la invasión.

No se puede poner en duda la gran eficacia de las brujas inglesas cuando se proponían rechazar invasores, puesto que los otros dos únicos momentos históricos en el que se había convocado el Great Circle habían sido con ocasión de la Armada Invencible y de la amenaza napoleónica...

Según otros autores, la reunión de las brujas consistió en un aquelarre nocturno celebrado al aire libre en un bosque en Hampshire, en donde algunas de ellas murieron exhaustas por el gran esfuerzo mágico realizado, aunque alguna fuente apunta la posibilidad de que el fallecimiento se produjera a causa de la neumonía contraída al bailar sin ropa –tal como requería la ceremonia- en una noche especialmente fría.

Este repentino auge de todo lo que hacía referencia a las brujas provocó también un curioso episodio relacionado con la construcción de un aeródromo para la Fuerza Aérea norteamericana en Boreham, cerca de la ciudad inglesa de Chelmsford.

En mayo de 1943, el 861º Batallón de Ingenieros comenzó a hacer los trabajos necesarios para construir un nuevo campo de aviación que permitiese a los bombarderos pesados estadounidenses despegar desde allí rumbo a las ciudades alemanas para soltar su mortífera carga de bombas.

Lo que no sabían los ingenieros era que, para poder aplanar la superficie, era imprescindible remover una gran piedra que estaba situada en el bosque de Dukes. Algunos de los lugareños, al ver que la piedra iba a ser trasladada a otro lugar, advirtieron a los ingenieros para que no lo hicieran; el motivo era que aquella roca tenía un difuso carácter sagrado para los habitantes de la zona.

Sin saber precisar muy bien el motivo de la supuesta importancia de la piedra, los habitantes indicaron que, según la tradición, debajo de la roca estaba enterrada una bruja que había sido quemada siglos atrás en la hoguera. Para redondear la truculencia de la historia, los más ancianos aseguraban que fue precisamente en ese punto en donde apareció asesinado un guardabosques en 1856, no hallándose nunca al culpable.

Algún experto consultado por los asustados ingenieros indicó que era probable que en realidad se tratase de un altar pagano cuya antigüedad se remontaría a una época anterior a la llegada de los romanos y que había permanecido en el imaginario popular a través de la tradición oral. Sea cual fuere la razón, los habitantes de la región estaban convencidos de que mover la piedra de su lugar original no podía acarrear más que desgracias.

La primera consecuencia que sufrieron los ingenieros fue que ningún trabajador se atrevía a mover la piedra. Uno que no creía en historias de brujería se dispuso a removerla con su excavadora pero, en el instante en el que iba a levantar la piedra, la maquinaria sufrió una inexplicable avería, lo que obligó a aplazar la operación. Para los habitantes de la zona no había ya ninguna duda; el lugar estaba maldito.

Al final, otra excavadora trasladó la piedra sin sufrir ningún percance, pero el ganado de la zona cayó víctima de una extraña enfermedad, lo que fue achacado de inmediato a la venganza de la bruja al haber visto alterado su lugar de eterno descanso.

Una vez que, superando todas estas dificultades, el campo de aviación entró por fin en servicio, dio la sensación de que la maldición había sido conjurada, pero los hechos demostrarán que eso estaba muy lejos de la realidad.

Un avión Thunderbolt del 56º Grupo de Caza se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia en la recién estrenada pista, con tan mala fortuna que su tren de aterrizaje acabó impactando con una excavadora que estaba llevando a cabo trabajos de mantenimiento, matando a su conductor en el acto. Como el lector puede imaginar, esa excavadora era precisamente la que había trasladado la piedra...

Para colmo, unas semanas más tarde, el comandante de la base, que había manifestado que no creía en historias de brujas, murió repentinamente de un ataque al corazón, por lo que la maldición que presuntamente pendía sobre el aeródromo se vio fatalmente confirmada.

No obstante, parece ser que la sed de venganza de la bruja se vio saciada con el fallecimiento del jefe de la base, ya que no volvio a producirse ningún otro suceso extraño. El día a día del trabajo en el aeródromo se impuso poco a poco a las fantasías que rodeaban a la maldición de la piedra sagrada. Las supersticiones que rodeaban el lugar fueron quedando difuminadas mientras los aviones continuaron despegando rumbo a Alemania.

El final de la guerra y el consecuente desmantelamiento de la base supuso el final de la maldición. De hecho, pocos habitantes de la zona mostraron ya algún interés por los supuestos poderes sobrenaturales de la piedra, como lo demuestra el que acabase sirviendo de adorno en el aparcamiento de un pub de Boreham...

HERNÁNDEZ, Jesús ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, (Nowtilus, 2006). En caso de reproducción, citar fuente.

domingo, marzo 26, 2006

La extraña muerte del hermano de JFK

A continuación transcribo el capítulo dedicado a la extraña muerte del hermano de JFK, Joe Kennedy Jr., fallecido durante la Segunda Guerra Mundial, que aparece en mi libro ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (Ediciones Nowtilus, 2006).



Una de las muertes que pudo cambiar con posterioridad el rumbo de la historia de Estados Unidos fue la de Joe Kennedy Jr., el hermano mayor del futuro presidente John Fitzgerald Kennedy, asesinado en Dallas en 1963.

Joseph Patrick Kennedy había nacido el 28 de julio de 1915. Su padre, embajador de Estados Unidos en Londres y llamado también Joe, le consideraba su auténtico heredero y había depositado en él todas las esperanzas de la familia para alcanzar algún día las más altas cotas del poder político.

El joven Joe completó su curso de piloto en 1942, y como voluntario de la flota aérea de la U.S. Navy adquirió experiencia volando en Puerto Rico y Centroamérica. Fue destinado a la base de Dunkeswell, en Gran Bretaña, incorporándose al escuadrón VB110. Con él completó una serie de treinta misiones de bombardeo sobre Alemania, con lo que finalizaba su compromiso con la Fuerza Aérea. Sin embargo, haciendo gala de una gran valentía, se ofreció voluntario para llevar a cabo otra serie, en este caso de diez, animando a su tripulación a seguir su ejemplo.

Fue precisamente en la última misión de esta segunda ronda de bombardeos cuando a Joe Kennedy se le encargó un cometido que estaba clasificado como altamente secreto, al formar parte de la denominada operación Anvil (Yunque). Este proyecto pretendía ser la respuesta aliada a las bombas volantes alemanas. Al no contar los Aliados con la tecnología necesaria para construir ingenios de este tipo, capaces de despegar y dirigirse a su objetivo sin la intervención de un piloto, se vieron obligados a emplear un sistema mucho menos sofisticado.

Para conseguir resultados similares, se emplearon bombarderos B-17 y B-24 Liberator cargados de explosivos y con tan sólo dos tripulantes a bordo. Estos aviones, denominados Baby por razones de seguridad, eran desmantelados de todo el equipo que no era imprescindible, dejando tan sólo el asiento del piloto, y cargados con unas diez toneladas de explosivos Torpex, el más poderoso conocido por entonces, que era una mezcla de dinamita, TNT y napalm, que sería activado al estrellarse en tierra por medio de fusibles de impacto.

El “avión bomba” despegaría de una base en Inglaterra con los fusibles desactivados, para evitar que explotase en caso de accidente. Una vez en vuelo, este mecanismo sería activado y el avión sería puesto en ruta hacia el objetivo. El mando del aparato sería controlado por un "avión madre", volando a una altura superior, que enviaría señales de radiocontrol para mantener el rumbo y guiar al Liberator hasta el blanco, mientras volaba a 600 metros de altura.

Los dos tripulantes saltarían en paracaídas mientras estuvieran volando sobre Inglaterra para ponerse a salvo. A fin de facilitar el salto, el fuselaje contaba con deflectores de aire en la puerta para evitar corrientes que les pudieran poner en riesgo. La operación requería tiempo totalmente despejado para que el "avión madre" pudiera guiar al "avión bomba" hacia su objetivo. El plan era que, una vez en Alemania, cuando el Liberator sobrevolara el objetivo, se estrellara contra él. Aunque la idea resultaba sencilla, su puesta en práctica no lo fue tanto.

El 31 de julio de 1944, Joe Kennedy y su compañero de tripulación John Willy fueron enviados al aeródromo de Dunkeswell, en Devon. Allí se les explicó que llevarían a cabo una de estas misiones secretas. Concretamente, deberían despegar con un Liberator cargado de doce toneladas de explosivo y saltar en paracaídas una vez que el aparato estuviera ya controlado por radio desde el “avión madre”.

En este caso, el objetivo del “avión bomba” no era Alemania, sino la Francia ocupada. El aparato debía estrellarse contra unas instalaciones secretas que los alemanes habían construido en la localidad de Mimoyecques, cerca de Calais. Allí, los científicos nazis estaban poniendo a punto la tercer integrante de las “armas de represalia”, la V-3.

Este sofisticado complejo, contruido en 1943 y diseñado por Albert Speer, el ministro de Armamento del Reich y conocido como el “arquitecto de Hitler”, constaba de siete kilómetros de túneles y estaba protegido por cerca de medio millón de toneladas de hormigón. Para ello fue necesario emplear a unos 60.00 hombres, la mayoría de ellos prisioneros de guerra o deportados políticos; la mitad de ellos morirían a consecuencia de las terribles condiciones de trabajo que hubieron de sufrir.

Aunque existen numerosas versiones, y algunas de ellas discrepantes, sobre la naturaleza del arma secreta que allí se construía, de la que prácticamente no se tienen datos, parece ser que se trataba de una batería de enormes cañones, capaces de alcanzar Londres desde el continente europeo.

Esta batería habría estado compuesta de un total de 25 cañones. Cada uno tendría una longitud de más de cien metros y su calibre sería de 150 milímetros. Era necesario un proyectil especial, compuesto de cromo y níquel, cuyo coste era similar al de un avión de caza Messerchsmitt 109. En total se fabricaron 20.000 de estos proyectiles.

El principio de funcionamiento de este arma revolucionaria era similar al de los cohetes; conforme el proyectil ascendía a lo largo del cañón se iban produciendo explosiones provocadas eléctricamente que iban aumentando la aceleración del proyectil. Al salir del cañón, éste adquiría una velocidad seis veces superior a la del sonido, lo que le permitía recorrer los 150 kilómetros que le separaban de Londres.

Los ensayos con este “super cañón” no resultarían demasiado exitosos. Los científicos alemanes no conseguían superar las dificultades que entrañaba la puesta a punto de esta arma experimental y tenían que ver como, en algunas ocasiones, los cañones explotaban al no poder soportar la presión de cuatro toneladas por centímetro cúbico que se daba en su interior.

De todos modos, los Aliados decidieron destruir las instalaciones de Mimoyecques antes de que los alemanes contasen con este poderoso cañón. Para ello, en julio de 1944 se enviaron catorce bombarderos pesados Lancaster con la misión de arrasar el lugar.

La operación prácticamente no produjo daños, al ser incapaz de perforar la gruesa capa de hormigón, pero, desgraciadamente, sí que provocó una tragedia entre los prisioneros encargados de su construcción. La onda expansiva de las bombas produjo un movimiento de tierras que se saldó con un escape de agua y lodo; un túnel inferior, precisamente en donde se encontraban refugiados unos 10.000 de estos trabajadores forzados, quedaría inundado causando la muerte de todos ellos. Posteriormente no ha sido posible recuperar los cuerpos, puesto que el gobierno francés, en 1947, decidió rellenar el túnel con cemento. En la actualidad, Mimoyecques es un museo de propiedad particular, dedicado a los que allí murieron.

Tras el fracaso de los Lancaster británicos le tocó el turno a los norteamericanos, que decidieron intentarlo con sus aviones teledirigidos. Kennedy y Willie despegaron a bordo de su Liberator a las 17.52 horas del 12 de agosto rumbo a Mimoyecques, acompañados de dos “aviones madre”, por si alguno de ellos sufría alguna avería, además de una formación de cazas.

Una vez en el aire, Kennedy armó los fusibles de los detonadores y envió por radio la palabra clave que indicaba que todo marchaba correctamente. Pero dos minutos más tarde, exactamente a las 18.20 horas, el avión explotó cuando sobrevolaba el bosque de Blythborough, en Suffolk.

Los restos del aparato fueron encontrados en un radio de tres kilómetros, en donde todos los árboles aparecían completamente quemados. Un total de 147 casas situadas a diez kilómetros a la redonda se vieron afectadas de un modo u otro por la explosión, pero afortunadamente no hubo que lamentar ninguna víctima mortal. Debido a la potencia de los explosivos no se pudo encontrar ningún resto de los dos tripulantes, que habían quedado completamente desintegrados.

Aunque era muy difícil conocer las causas exactas de la deflagración, los expertos dedujeron que probablemente fue debida a alguna corriente eléctrica imprevista en el interior del aparato; al llegar ésta a los detonadores se habría cerrado el circuito, provocando la explosión accidental .

La muerte de los dos tripulantes parece así que no entraña ningún misterio pero, quizás debido a la maldición que parece perseguir a la familia Kennedy, el caso no puede darse por cerrado. En primer lugar, el hecho de que la operación Anvil fuera secreta impidió ofrecer entonces detalles sobre cómo se había producido la muerte de Joe; a la familia tan sólo se le comunicó que había fallecido “en misión de combate en el Canal de la Mancha”.

Como ejemplo del celo con el que el expediente relativo a esta operación fue ocultado, basta indicar que los documentos no comenzaron a desclasificarse hasta 1966 y que no sería hasta cuatro años después cuando se desveló el nombre de los dos tripulantes de aquel avión.

La tardanza en admitir que Joe Kennedy volaba en aquel avión llevó a imaginar todo tipo de teorías conspirativas, relacionándolas con las desgracias que sobrevendrían a sus hermanos menores.

En 1986, el testimonio de un antiguo oficial artillero de la Luftwaffe, Karl-Heinz Wehn, vendría a añadir un nuevo elemento de confusión, al asegurar que había capturado a Joe Kennedy en Francia el 14 de julio de 1944, es decir, ¡un mes antes de emprender su última misión!

Según afirmó Wehn, su batería antiaérea derribo un bombardero norteamericano cerca de Bayeux. De él saltaron en paracaídas dos tripulantes, que fueron capturados por soldados de la 12ª División Panzer.

Wehn fue el encargado de interrogar a los dos aviadores; uno de ellos, que se presentó como teniente primero de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, dijo ser Joe Kennedy, hijo del que había sido embajador norteamericano en Gran Bretaña antes de la guerra.

El oficial germano comprobó que su nombre, así como su rango y el número de identificación, figuraban en su chapa de identificación, por lo que no existía ninguna duda de que decía la verdad. Al día siguiente, Kennedy y su compañero fueron trasladados a un destacamento de las SS, donde –según le explicaron a Wehn- los mataron al intentar escapar atravesando un río.

De ser cierta la narración del oficial germano, cabría la posibilidad de que aquel hombre se llamase efectivamente Joe Kennedy y que intentase buscar un mejor tratamiento por parte de sus captores suplantando al hijo del antiguo embajador. Las autoridades militares norteamericanas investigaron la existencia de este supuesto soldado, pero no habia ningún otro “Joe Kennedy” en los archivos del Ejército, por lo que habría que pensar que aquel hombre era el auténtico Kennedy.

No hay ninguna prueba que avale el testimonio de Wehn, pero no deja de resultar inquietante. ¿Cabe la posibilidad de que Joe hubiera sido capturado por los alemanes? ¿En ese caso, llegó a pedirse algún tipo de rescate por él? Tratándose del hijo de un prestigioso diplomático, no hay duda que esta situación podría haber suscitado un insoluble dilema en el gobierno norteamericano...

Dejándonos llevar alegremente por la imaginación, si esto sucedió y, por un motivo u otro, la negociación terminó con la muerte de Joe, nada resultaba más fácil que situarlo en aquel avión que explotó sobre el cielo de Suffolk, haciendo imposible cualquier tipo de comprobación, al desaparecer el cadáver. Además, el hecho de que toda la operación se encontrase bajo secreto impediría cualquier investigación. Por lo tanto, si se hubiera tenido que maquinar una trama destinada a borrar cualquier indicio que condujese a la auténtica muerte de Joe Kennedy, éste sería el plan perfecto.

HERNANDEZ, Jesús "Enigmas y misterios de la Segunda Guerra Mundial". Ediciones Nowtilus. Madrid, 2006.
En caso de reproducirlo, citar fuente.

lunes, marzo 13, 2006

Entrevista promocional para "Enigmas y Misterios..."

A continuación transcribo la entrevista promocional que ha sido remitida a los medios de comunicación por parte de mi editorial.

JESÚS HERNÁNDEZ REMUEVE LOS VERDADEROS “ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL” EN SU ÚLTIMO LIBRO

El historiador y periodista de Barcelona vuelve a la materia en la que mejor se desenvuelve: la Segunda Guerra Mundial. En esta obra, Jesús Hernández se adentrará en muy distintos sucesos que han permanecido sin esclarecer durante más de sesenta años. Con un estilo ameno pero sin olvidar el rigor histórico que tan a menudo se suele perder al abordar estos temas, el lector se enfrentará a cuestiones tan fascinantes como el misterioso ataque que sufrió la ciudad de Los Ángeles en 1942, todos los interrogantes que acompañaron el fallecimiento del hermano de Kennedy o si fue real el Experimento Filadelfia.

Jesús Hernández ya ha demostrado con sólo tres libros que es un referente en el tema de la divulgación histórica de la Segunda Guerra Mundial en castellano, hasta tal punto que algunas de sus obras se han colado ya entre las listas de los más vendidos durante el 2005. Su éxito radica no sólo en su gran conocimiento del conflicto, si no también en la forma ágil y cercana con la que lo escribe. De este modo ha logrado acercar la realidad de aquella guerra fundamental para la historia actual al público más general.

En “Enigmas y Misterios de la Segunda Guerra Mundial” se ha centrado en esos sucesos sin explicación, que aún hoy están rodeados de incógnitas. Jesús Hernández se encarga de contarnos los que ya están resueltos y todas las teorías e hipótesis que parecen estar más cercanas a la realidad del resto. Como explica el propio autor “las respuestas a estos enigmas se encuentran en documentos clasificados como secretos y que salen a la luz con cuentagotas. ¿Por qué? ¿Qué se oculta? ¿Por qué es peligroso conocer los detalles de algo que ocurrió hace sesenta años? ¿Estas verdades son realmente tan inconfesables?”

“Enigmas y Misterios de la Segunda Guerra Mundial” es el cuarto libro de Historia Incógnita que intenta buscar otros enfoques y otras visiones a los hechos más apasionantes de la Historia. Además, el autor Jesús Hernández, publicará también con Nowtilus la Breve Historia de la Segunda Guerra Mundial en el mes de mayo.

ENTREVISTA CON JESÚS HERNÁNDEZ

Jesús Hernández (Barcelona, 1966) es historiador y periodista, Licenciado en Historia Contemporánea y Ciencias de la Información. Ha escrito Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial (2004), Hechos insólitos de la Segunda Guerra Mundial (2005) y ¡Es la guerra! Las mejores anécdotas de la historia militar (2005).

¿Cuál fue su propósito al escribir este libro?

R. Demostrar que es mucho lo que no sabemos sobre este conflicto. Más que respuestas, en este libro hay sobre todo preguntas que aún permanecen sin responder y lo más sorprendente es que las respuestas se encuentran clasificadas en los archivos de las potencias vencedoras, fuera del alcance de los historiadores. Me atrevería a decir que la historia de la Segunda Guerra Mundial está aún por escribirse.

¿Qué cree que aportará este Enigmas y Misterios de la Segunda Guerra Mundial a la bibliografía existente sobre el conflicto?

R. Este libro es una puesta al día de esas cuestiones sin resolver, ya que se incluyen las últimas revelaciones que se han producido, como por ejemplo en el suicidio de Goering. Aunque es un libro de historia, en él queda reflejado que la Segunda Guerra Mundial es un acontecimiento de plena actualidad, al incorporar todas las novedades que se han producido sobre esos enigmáticos asuntos.

Supongo que en un conflicto tan amplio como la Segunda Guerra Mundial, debe haber muchos hechos sin esclarecer ¿Qué criterio siguió para elegir los que aparecen en el libro?

R. He escogido los que considero que interesan a un público amplio, no necesariamente introducido en el tema, y los he explicado de la forma más amena y ágil que soy capaz, huyendo del lenguaje denso y ampuloso que normalmente emplean los historiadores, que son capaces de dormir a la oveja más insomne. Además, he destacado los que pueden despertar más la imaginación del lector, pero siempre planteando todas las hipótesis y dejando que sea el propio lector el que juzgue.

¿Qué es lo que cree que más sorprenderá a los lectores de los enigmas que describe en su libro?

R. Como he dicho, el que las respuestas a estos enigmas se encuentran en documentos clasificados como secretos y que salen a la luz con cuentagotas. ¿Por qué? ¿Qué se oculta? ¿Por qué es peligroso conocer los detalles de algo que ocurrió hace sesenta años? ¿Estas verdades son realmente tan inconfesables? Sin duda, ésas son las preguntas que se formulará el atónito lector cuando acabe el libro. Es posible que nuestros nietos sí que puedan conocer la verdad de lo que entonces ocurrió, aunque entonces a saber dónde estaremos nosotros.

Mientras investigaba seguro que se encontró con algún hecho que despertó su curiosidad más que los demás, o que lo recuerda más por lo que le costó encontrar información sobre él… ¿Puede decirnos alguno?

R. Sin duda, la Lanza del Destino –con la que supuestamente se atravesó el cuerpo de Cristo- es el objeto más misterioso; pese a que no tengo dudas de que es una filfa, son apasionantes las historias que se entrecruzan hasta que Hitler se hace con ella, e incluso después, quién sabe si hasta nuestros días... También me ha sorprendido la extraña muerte del hermano de John Fitzgerald Kennedy, que ofrece tantos o más interrogantes que la suya. Los insólitos avatares del cadáver de Hitler son, igualmente, tan extraños como misteriosos, como la supuesta, aunque muy improbable, paternidad del dictador nazi...

Y para terminar… ¿Podemos decir que los hechos que narra este libro confirman que la realidad de la Segunda Guerra Mundial supera siempre a la abundantísima ficción sobre ella?

R. Hace años que no pierdo el tiempo leyendo la actual literatura de ficción. No tengo por qué buscar ridículos misterios en obras de Da Vinci, en no sé qué sábana o en el último cátaro de turno. Me basta con tomar en las manos cualquier libro sobre la Segunda Guerra Mundial para encontrar cientos de historias de aventuras, heroísmo, traición, misterio, tragedia, amistad... y con el aliciente de que ocurrieron en la realidad. ¿Qué más se puede pedir?





ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIALDesapariciones, muertes y sucesos aún sin explicación del mayor conflicto bélico de la historia
Jesús Hernández

ISBN 10: 84-9763-307-5
Págs: 312
PVP: 16,95 €

Más información en www.nowtilus.com/?isbn=84-9763-307-5

domingo, marzo 12, 2006

Origen del casco de los VOPOS



Uno de los iconos de la Guerra Fría, tal vez el más importante, es el del Muro de Berlín. E indisolublemente unido a éste se encuentra el de los soldados de la República Democrática Alemana (RDA) vigilándolo celosamente y disparando a matar a aquél que pretendiese atravesarlo para huir al Berlín occidental. Estos hombres, conocidos como “Vopos”, al pertenecer a la Volkspolizei, lucían un casco característico, que también él se ha convertido en uno de los símbolos de ese período histórico.

Pero lo que pocos saben es que el origen del típico casco de los Vopos se retrotrae a la Segunda Guerra Mundial, y concretamente a la Alemania nazi, precisamente el régimen al que combatieron los mismos que crearon y consolidaron el sistema totalitario imperante en la RDA hasta 1989.

El casco utilizado por la Wehrmacht en 1939 era el denominado modelo 1935, por haber sido creado en ese año, aunque derivaba del modelo 1916, que había sustituido durante la Primera Guerra Mundial a su vez al mítico casco prusiano que presentaba un pincho en la parte superior. Este modelo derivaría en el conocido como 1942, que no sólo no ofrecía mejores prestaciones, sino que las empeoraba, puesto que las modificaciones estaban destinadas, no a mejorar la protección del soldado, sino a facilitar su proceso de fabricación.

Sin embargo, tan pronto como en la campaña de Polonia se hizo ya evidente que el casco alemán no cumplía a la perfección con su función, puesto que se daban casos de soldados gravemente heridos en la cabeza por disparos de fusil a media distancia. El Institut für Wehrtechnische Werkstoffkunde (Instituto para el Estudio de la Resistencia de los Materiales) llevó a cabo una serie de estudios sobre este casco y llegó a la conclusión de que no ofrecía la protección necesaria. Curiosamente, el antiguo modelo de 1916 salió mejor parado de estas pruebas.

Así pues, teniendo en cuenta estos resultados, dos expertos, el doctor Hänsel y el profesor Frey, se decidieron a experimentar con prototipos de nuevos cascos que porporcionasen una mayor protección. Las pruebas fueron un éxito y se propusieron nuevos modelos capaces de evitar las heridas que no era capaz de impedir el entonces casco reglamentario de 1935.

Estos ensayos llegaron a oidos de Hitler, que rechazó de inmediato la sustitución del casco empleado por la Wehrmacht. Aún así, los expertos continuaron trabajando en mejorarlo, convencidos de que podrían salvar así las vidas de muchos soldados.

Sin tener en cuenta las opiniones del Führer al respecto, en julio de 1942, el coronel Eittel, cumpliendo órdenes del general de Artillería Leeb, procedió a desarrollar cuatro proyectos concretos. Finalmente se seleccionaron dos, los denominados modelos " B" y "B-II", sobre los cuales continuaron trabajando.

Nuevamente se puso el proyecto sobre la mesa de decisiones de Hitler. El resultado de los estudios no podía ser más positivo. Las pruebas balísticas efectuadas en la Escuela de Infantería, de Döberitz demostraban que las diferencias con el viejo casco de 1935 eran abismales, puesto que la protección aumentaba hasta en un sesenta por ciento. Mientras que aquél estaba ideado para la guerra de trincheras, los nuevos tenían en cuenta la guerra móvil, al ofrecer una visibilidad inmejorable. Ya estaba decidido hasta el nombre del nuevo modelo: 1945. Tan sólo faltaba la luz verde del Führer para proceder inmediatamente a retirar los antiguos y sustituirlos por el nuevo casco.

La única duda era la relativa a la confusión que podía crear en el campo de batalla este cambio. Durante el proceso de sustitución, se temía que alguna unidad pudiera disparar contra otra al no reconocerlos como soldados alemanes. No obstante, ese temor desapareció al comprobar que, pese a que muchos cascos eran utilizados con fundas de camuflaje, estono había originado ningún incidente.

Además, la racionalización en su proceso de fabricación hacía que la opción del nuevo casco conllevase un ahorro en costes y en tiempo, por lo que todos los elementos animaban a pensar que Hitler aceptaría finalmente la propuesta. Sin embargo, el dictador nazi, tan dispuesto a dar su apoyo personal a todas las innovaciones en materia de armamento, se negó en redondo a sustituir el viejo casco germano. En su resolución ya no entraban en liza aspectos técnicos o económicos, sino tan sólo políticos. En su opinión, el casco de 1935 se había convertido ya en un símbolo del poderío alemán y, por lo tanto, no era ya posible su sustitución.

Los expertos no se desanimaron ante esta nueva negativa y continuaron mejorando los prototipos, aumentando aún más la calidad, pero Hitler no quiso volver a oir hablar de asunto. Su decisión de continuar con el antiguo casco era irrevocable.

Una vez acabada la guerra, el destino de los millones de cascos utilizados por la Wehrmacht fue el horno de fundición. Dando la razón a Hitler, el casco de 1935 era el símbolo, no sólo del soldado alemán, sino del Tercer Reich, por lo que era aconsejable su destrucción.

Sin embargo, el destino fue generoso con este casco, puesto que resucitó, gracias a la decisión de la República Federal Alemana de equipar con él su Policía Federal de Fronteras (Bundesgrenschütz) y a las policías regionales. La razón era que la posguerra no era el mejor momento para diseñar y fabricar un nuevo casco, por lo que se vieron obligados a recurrir al viejo modelo de 1935, aunque introduciendo alguna ligera modificación. De este modo, los cascos que esperaban su turno para ser fundidos fueron así rescatados.

En cambio, Alemania del Este no apostó en un principio por esta solución de urgencia para equipar a su policía de fronteras, sino que diseñó un nuevo casco basado en el modelo de 1935, pero ofreciendo un aspecto tosco y escasamente marcial. Con ocasión de que la Unión Soviética declarase el fin del estado de guerra con Alemania, el 25 de enero de 1955, y de que en septiembre de ese mismo año Moscú garantizase la independencia de la RDA, se decidió dotar a su naciente ejército con un nuevo casco más estilizado, que le proporcionase personalidad propia.

Ante la dificultad que entrañaba iniciar y desarrollar los estudios encaminados a crear el que tenía que ser el nuevo casco, las autoridades militares tomaron la decisión de acudir a las propuestas que ya habían sido realizadas en el período de la Alemania nazi. Así pues, el doctor Erich Kiesan fue el encargado de escoger el modelo que mejor se podía adaptar a las nuevas necesidades de lucha tanto en trinchera, terreno batido o combate urbano, decidiénose finalmente por uno de los proyectos presentados a Hitler, concretamente el B-II.

Para sorpresa de los observadores militares occidentales, que nada sabían del atajo tomado por los expertos militares de la RDA, en febrero de 1956 ya salieron las primeras partidas de los talleres de fabricación. Este nuevo casco, con una forma que ofrecía siempre una superficie inclinada a cualquier impacto, permitía en todo momento una visibilidad perfecta. En el momento de su aparición fue considerado, sin duda, como uno de los mejores del mundo.

Conforme las nuevas unidades iban saliendo de la cadena de producción, la policía de fronteras fue siendo pertrechada con él, hasta que su distribución se completó en 1961. A partir de entonces, la imagen del Vopo se asoció para siempre con ese casco. Pero el triunfo definitivo de aquel casco que un día fue rechazado por Hitler llegó cuando un reportero occidental recogió la imagen de uno de estos Vopos arrojando su casco y atravesando él mismo el Muro de Berlín, dejando atrás el régimen totalitario impuesto por la URSS. Con ese gesto de búsqueda de la libertad, su casco se convertiría en el símbolo de todo aquello que dejaba atrás.

LA INFORMACIÓN PARA CONFECCIONAR ESTA ENTRADA SE HA EXTRAÍDO DE LA EXTRAORDINARIA WEB "CASCOS DEL SIGLO XX"
Desde aquí agradezco a su autor, JOSEBA, su permiso para reproducirla.

miércoles, marzo 01, 2006

Enigmas y misterios de la 2GM


A mediados de este mes de marzo de 2006 aparecerá en las librerías mi cuarta obra, titulada ENIGMAS Y MISTERIOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. Esta publicado por la EDITORIAL NOWTILUS.
En este libro se explican sucesos que continúan sin aclarar, muertes misteriosas, historias de barcos malditos, accidentes inexplicados, supuestos asesinatos, etc. todo ello en el escenario de la Segunda Guerra Mundial.
También hay un capítulo dedicado a episodios que han dado lugar a mitos y leyendas, pero que también tienen interés.
El precio será de 13,95 euros.

lunes, febrero 27, 2006

Hechos insólitos de la 2GM



Mi libro HECHOS INSOLITOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (Inédita Editores), que apareció en tapa dura en marzo del año pasado, acaba de salir ahora en edición de BOLSILLO, en la colección PUZZLE.

Pese a que pienso que éste es un libro más maduro que el anterior (Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial), la verdad es que no ha tenido las mismas ventas que él. Aún así, muchos de los que lo han leido coinciden en que es mejor, aunque hay otros que dicen que les gustó más el otro.

Sea por lo que sea, creo que el "Hechos insólitos..." no ha tenido la respuesta que creo que merece, por lo que espero que su aparición en bolsillo sirva para que sea más conocido y apreciado.

viernes, febrero 17, 2006

La Batalla de Lepanto






La batalla de Lepanto supuso el final de la amenaza turca sobre Europa. La toma de Constantinopla por los turcos en 1453 había iniciado un periodo de expansión musulmana por el Mediterráneo que finalizaría en la célebre batalla en la que Cervantes perdió un brazo.
Antes de ese decisivo encuentro naval, la flota otomana amenazaba las rutas comerciales que enlazaban el mundo cristiano con el oriental. Suleimán el Magnífico había tomado la gran fortaleza de Belgrado y expulsado a los caballeros de San Juan de la plaza fuerte de Rodas. En 1526 había aplastado a los húngaros, abriendo así el camino hacia el corazón de Europa, aunque se vería obligado a renunciar a la conquista de Viena tras un largo asedio.
Las plazas de Argel y Trípoli caerían bajo dominio otomano, al igual que Túnez, que sería ocupada en 1570 por el virrey de Argel. Continuando con la expansión turca, Selim II tomó Chipre, lo que provocaría finalmente una decidida reacción cristiana ante el riesgo de invasión generalizada.
Se formó entonces la denominada Liga Santa, que estaba formada en su mayoría por barcos españoles y que contaba solamente con el apoyo del papa Pío V (1504-1572) y de la República de Venecia, reuniendo un total de 80.000 hombres y más de doscientas embarcaciones de guerra, que quedarían concentradas en el puerto siciliano de Messina bajo el mando de don Juan de Austria.

El 15 de septiembre de 1571 la flota partió dirigiéndose a la isla de Cefalonia, tras recibir la noticia de que en el golfo de Lepanto , en la costa occidental de Grecia, se había reunido la flota turca, compuesta por unas 270 naves.
Al amanecer del 7 de octubre de 1571, la flota cristiana avistó a la turca y don Juan dispuso sus naves en formación de combate. En el flanco derecho se situaron las naves venecianas bajo el mando de Andrea Barbárigo; en el izquierdo, la flota papal capitaneada por Andrea Doria, mientras que en el centro quedó en manos de don Juan de Austria, con el grueso de la flota. Por su parte, los turcos adoptaron la forma de media luna, separándose poco más tarde en tres secciones: en el centro la flota de Alí Pashá; Mohamed Siroco en la derecha y Ulach Alí en el flanco izquierdo.
Don Juan abrió la batalla disparando sus cañones contra las naves de Alí Pashá, destruyendo de golpe siete galeras turcas. Los otomanos avanzaron entonces su flanco central contra las naves de don Juan, entablando una encarnizada batalla. Pero don Juan logró tomar la nave capitana, rompiendo así el centro de la flota turca, que se batió en retirada.
Por su parte, el flanco derecho turco, con Mohamed Siroco al frente, llevó a cabo una ariesgada maniobra envolvente contra las galeras venecianas de Barbárigo, para lo que se desplazó bordeando la costa, muy cerca de las rocas. Esta táctica de saldó con éxito, consiguiendo desbordar así a la flota veneciana. Su buque insignia fue tomado al quedar rodeado por ocho galeras turcas. Pero la retaguardia cristiana acudió rápidamente en auxilio de Barbárigo, lo que provocó la derrota de Siroco y la huida precipitada de su flota.
La línea izquierda turca, la mando de Uluch Alí, empleó la misma táctica que Siroco, intentando rodear las naves de Andrea Doria y alcanzarlas por detrás. Sin completar la maniobra envolvente, Alí decidió atacar al grueso de la flota de Doria, logrando abrir un importante hueco en las líneas de la flota papal. Pero nuevamente la retaguardia cristiana estuvo atenta y pudo llegar a tiempo de evitar el desastre. Al poco tiempo llegó también parte de la flota de don Juan, que ya había asegurado el centro de la formación, obligando así a Uluch Alí a retirarse.
A pesar de haber perdido 17 galeras y más de 8.000 hombres, tras unas cuatro horas de lucha la flota cristiana había tomado el control de la batalla. Pero, aunque la escuadra otomana había sufrido unas 25.000 bajas y había visto como se hundían un centenar de galeras, los tripulantes musulmanes mantuvieron su ánimo combativo hasta el final.

A esas alturas de la batalla, los tripulantes de una galera turca se habían quedado ya sin munición; en ese momento, para defenderse del ataque de un navío español, ¡los musulmanes acabaron lanzando contra los cristianos limones y naranjas!
Con la victoria de la flota cristiana se acababa el mito de la invencibilidad naval musulmana y se alejaba así el peligro de una invasión. Los europeos en general tenían así motivos para estar contentos, pero quienes más lo celebraron fueron los galeotes que habían remado en las naves cristianas.
Antes de la crucial batalla, para asegurarse su colaboración en los momentos críticos que se avecinaban, don Juan de Austria había prometido a los galeotes de su flota que, en caso de conseguir la victoria, les liberaría de su condena y que serían puestos en libertad a su regreso a España. Al haber ganado la batalla se vio obligado a cumplir con su palabra, pero esta liberación masiva tuvo como consecuencia que la mayor parte de la flota quedó paralizada en los puertos españoles por falta de remeros.
Pero lo que supuso una alegría para unos acabó tornándose en desgracia para otros, puesto que don Juan de Austria solicitó a su hermano, el rey Felipe II, que se le proporcionasen galeotes si no quería que su flota languideciese sin posibilidad de hacerse a la mar. La petición fue aceptada y el monarca ordenó a jueces y alcaldes que cualquier delito, por pequeño que fuera, se castigase con la pena de galeras.

miércoles, febrero 15, 2006

El general Custer no era general





Aunque todo el mundo se refiere a él como el general Custer, el conocido militar norteamericano que murió el 25 de junio de 1876 a manos de los indios en la batalla de Little Big Horn no lo era en esos momentos.

George Armstrong Custer (1839-1876) fue ascendido a general de brigada con tan sólo 23 años, siendo entonces el general más joven de ese momento. Sin embargo, sus titubeantes inicios en la carrera castrense no presagiaban la brillante carrera que luego llevaría a cabo.

Se graduó en la academia militar de West Point en 1861, obteniendo el último puesto de su promoción. Además su expediente no estaba precisamente impoluto; reflejaba un total de 726 faltas cometidas durante los cuatro años que estuvo en la academia, la mayoría de ellas causadas por su afición al whisky.

Pero durante la guerra de Secesión, que estalló el mismo año en el que se graduó, Custer demostraría una valentía fuera de lo común. Sus actos de heroísmo le valieron sucesivos ascensos, hasta alcanzar en tan sólo un año el grado de general de brigada, convirtiéndose por méritos propios en el general más joven del bando nordista.

No obstante, tras el final de la guerra y para adaptarse al tiempo de paz, el Ejército norteamericano sufrió una reorganización que alteró toda la estructura militar. Custer fue uno de los más perjudicados, puesto que se vería rebajado a capitán. En ello también tuvo que ver el hecho de que fuera sometido a un Consejo de Guerra en 1866, al haber dejado su puesto para encontrarse con su esposa.

Posteriormente, en 1868, volvería a ascender, en este caso a teniente coronel, tras la recomendación del general Sheridan, que había combatido junto a Custer durante la guerra civil. Ese sería el rango con el que acabaría perdiendo la vida en la famosa batalla que se dio durante la segunda guerra sioux.

Custer fue enviado con 600 hombres del Séptimo de caballería a explorar el río Little Big Horn. Tenía previsto reunirse con otras dos columnas del Ejército. Pero al llegar al río se encontró con 3.500 guerreros sioux, ayudados en esta ocasión con los cheyennes y arapahos, con los míticos jefes Toro Sentado y Caballo Loco al frente.

Custer cometió el error de dividir su pequeña fuerza en tres grupos, encabezando una de ellas y dejando las otras dos al mando del comandante Reno y el capitán Benteen.

Los indios impusieron su superioridad numérica y aplastaron a los tres grupos. La imagen que ha pasado a la historia es la de Custer rodeado de guerreros indios. Resistió una hora los ataques hasta que, agotada la munición, cayó muerto. De todos modos, se desconocen las circunstancias exactas de su muerte, puesto que hasta nueve guerreros se arrogaron el honor de haber matado a Custer, llamado por los indios "Cabello Largo".

Un arapaho llamado Waterman explicó después que vio "a Custer en el suelo, apoyado en sus manos y rodillas, con una herida de bala en el costado. Le salía sangre de la boca a borbotones, mientras contaba tan sólo con la protección de cuatro de sus hombres, mientras miraba desafiante a los indios que le tenían rodeado".

El primer hombre blanco que vio el cadáver de Custer fue el teniente James Bradley, que llegó al lugar poco después de la batalla. Según su testimonio, "la expresión del rostro de Custer no expresaba odio o terror, sino más bien una inmensa paz".

Bradley confirmó la apreciación del indio Waterman, al comprobar el orificio de bala que tenía en el costado izquierdo, cerca del corazón. Además, presentaba otra herida de bala en la sien izquierda. Según el perspicaz Bradley, la bala del costado fue disparada a cierta distancia por un rifle Henry o Winchester, y probablemente le ocasionó la muerte, mientras que el disparo en la sien pudo haber sido un disparo de gracia. ¿Quién lo hizo? ¿Fue un indio, uno de los hombres de Custer para evitarle más sufrimientos o, por qué no, el propio Custer? Nunca se sabrá.

Otro oficial, el sargento Knipe, ofreció también una descripción de lo que halló en el campo de batalla. Según él, "el cuerpo de Custer estaba desnudo, conservando tan sólo los calcetines. El cadáver descansaba sobre los cuerpos de tres soldados, y sólo una parte de su espalda estaba en contacto con el suelo". Curiosamente, la suela de una de sus botas estaba cerca de él; probablemente, el cuero de la bota había sido arrancado por un indio para confeccionarse unos mocasines.

El cadáver de Custer no sufrió las mutilaciones de que fueron objeto otros de sus compañeros. Pero, al parecer, unas mujeres indias perforaron sus tímpanos para que no pudiera oir nada en la otra vida.

Una cuestión interesante es saber si a Custer se le arrancó la cabellera. La versión oficial asegura que no sufrió está costumbre india. Un guerrero indio llamado "Lluvia en la cara" lo confirmó, afirmando que no se le cortó el cuero cabelludo en reconocimiento al valor que demostró en la batalla.

En realidad, lo más probable es que el motivo de que su cabeza conservase el cabello fuera el hecho que Custer se lo cortase poco antes de marchar a esa campaña. Aunque la iconografía muestra siempre a Custer resistiendo los ataques indios con su larga cabellera rubia, en realidad ese día llevaba el pelo muy corto, lo que posiblemente disuadió a los guerreros indios en su propósito de llevarse ese trofeo tan poco lucido.

martes, febrero 14, 2006

El búnker de Hitler


Foto: T. Widjaja


Los restos del búnker en el que Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 permanecen aún hoy enterrados en el antiguo Berlín Oriental, entre las calles Vostrasse y Wilhelmstrasse.

Tras la guerra, los rusos lo intentaron dinamitar, pero sólo lograron destruir el búnker superior. El inferior, o Führerbunker,en el que estaba alojado el dictador nazi, salió a la superficie durante unas obras a finales de los ochenta. Fue tapado con tierra y justo al lado se construyó un bloque de apartamentos de ocho pisos.

Los turistas que hoy día buscan infructuosamente algún vestigio del escenario del último acto del Tercer Reich han de conformarse con pisar el parque infantil que hoy ocupa el lugar en donde se cree que fueron incinerados los cuerpos de Hitler y Eva Braun y que puede verse en esta foto, tomada el pasado mes de enero.

En la actualidad, los científicos emplean sofisticados instrumentos para detectar el lugar en donde se encuentra lo que queda del búnker, ante la imposibilidad de realizar excavaciones, lo que ha dado lugar a varias versiones sobre su emplazamiento exacto.

Lo que acabaría con todas las especulaciones sería desenterrar de una vez por todas los restos del búnker, pero ¿qué alcalde de Berlín se atrevería a dar el permiso de que aflorase la última morada de Hitler?

Origen militar de San Valentín




El que San Valentín sea el patrón de los enamorados tiene su origen la HISTORIA MILITAR, concretamente en el hecho de que, a partir del año 270, los soldados romanos tenían prohibido casarse. El responsable de esta norma fue el emperador romano Marco Aurelio Flavio (214-270), que consideraba que los soldados que estaban casados no afrontaban suficientes riesgos en el campo de batalla.

San Valentín, que entonces era obispo, celebraba en secreto las bodas de los soldados que no querían cumplir esa orden, por lo que fue detenido. El 14 de febrero de 270 fue lapidado y finalmente decapitado, en un día que daría lugar al tradicional día de los enamorados.

sábado, febrero 11, 2006

Nixon en la marina



Una de mis anécdotas preferidas de la Segunda Guerra Mundial es ésta:


Al entrar Estados Unidos en la guerra, el futuro presidente Richard Nixon (1913-1994) ejercía como abogado. Se alistó en la Marina, pero como simple asistente, estando encargado de servir comida a la tropa, asando hamburguesas y despachando cervezas en la cantina. La paga que le correspondía por su labor era mínima, pero aún así, cuando acabó la guerra, había conseguido ahorrar 10.000 dólares de 1945.

¿Cuál fue la razón de este rápido enriquecimiento? Nixon era un consumado jugador de póker y no tenía muchas dificultades para desplumar a sus compañeros. Lo que no sabemos es si ya entonces hacía honor al sobrenombre que se le adjudicó durante su presidencia: Tricky Dick ("Dick el tramposo").

martes, febrero 07, 2006

Batalla de Inglaterra




Como los aficionados a la 2GM ya estamos cansados de que siempre nos pongan las mismas fotos de la Batalla de Inglaterra, os regalo un par de imágenes que al menos yo no tenía vistas anteriormente y que me parecen extraordinarias.

lunes, febrero 06, 2006

Artículo en EL PAIS

A continuación transcribo el artículo que me dedicó el diario EL PAÍS el lunes 12 de diciembre de 2005:

GOTAS DE HUMOR PARA UN BAÑO DE SANGRE

Jesús Hernández recopila en sus libros anécdotas y hechos insólitos de la II Guerra Mundial

Los británicos contrataron los servicios de un prestidigitador para ocultar a los alemanes el canal de Suez. Durante la invasión de Sicilia los Aliados crearon una unidad de mulas paracaidistas. Churchill auspició un proyecto para usar un iceberg como portaaviones. Otto Skorzeny, el célebre oficial nazi que liberó a Mussolini en el Gran Sasso, cazó en las calles de Burdeos un tigre que se había escapado de un circo. La Casa Blanca estuvo a punto de ser pintada de negro para protegerla de ataques aéreos... Son algunos de los hechos insólitos de la Segunda Guerra Mundial que Jesús Hernández (Barcelona, 1966) ha recogido en sus libros de anécdotas bélicas, unos libros que, publicados por Inédita, tienen una muy buena acogida y que ponen el contrapunto de una nota de humor en aquella espantosa contienda de cuyo final se ha cumplido este año el 50 aniversario.

"Al empezar a recopilar esos hechos extravagantes y divertidos era consciente de que optaba por un acercamiento cuestionable a una tragedia que provocó tanto dolor y tantas muertes", señala el autor de Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial (2004), Hechos insólitos de la Segunda Guerra Mundial (2005) y ¡Es la guerra! Las mejores anécdotas de la historia militar (2005). "Pero siempre he sido respetuoso con las víctimas y con la historia". Hernández, licenciado en Historia y Periodismo y apasionado de la historia militar, es un lector compulsivo de obras sobre la contienda y ha recorrido sus escenarios, desde el campo de batalla de El Alamein a las playas de Normadía. "No pretendo más que entretener, rastreo historias divertidas o curiosas, las cosas que los historiadores generalmente dejan porque consideran que no pertenecen a la gran historia. Yo quiero reflejar esa pequeña historia que a veces acerca más al lado humano del conflicto, insisto que siempre desde el respeto y la conciencia de que nada debe disfrazar que la guerra es un absoluto horror".

Entre las historias favoritas de Hernández están la del plan de soltar sobre Tokio murciélagos incendiarios; la de Saburu Sakai, autor del último derribo de un B-29 en la guerra, un piloto japonés que era... tuerto. Y la del ametrallador de cola de un bombardero Lancaster que cayó sin paracaídas desde seis mil metros de altura y sólo se rompió un tobillo. Está también la historia del hombre ciego que ayudó a descubrir las defensas nazis del Muro del Atlántico y la del envío de preservativos a las tropas alemanas cercadas en Stalingrado.

Curiosa (y digna de 1941, el divertido filme de Spielberg) es asimismo la historia del aviador japonés Nobuo Fujita, al que se le encargó en 1942 la singular misión de bombardear los bosques de Oregón para incendiarlos. Para ello, se desmontó y estibó en un submarino un pequeño hidroavión. Una vez ante las costas de EE UU, el aparato fue ensamblado y lanzado. Sobre el objetivo, Fujita dejó caer dos pequeñas bombas, una de las cuales no explotó y la otra provocó un pequeño incendio que afectó a... siete árboles. En 1962, el piloto regresó a EE UU invitado por los habitantes del pueblo de Brookings, que le había visto pasar volando aquel lejano día. Fujita les regaló su espada de samurái, que pende en el ayuntamiento de la localidad.

Hitler no daba cuerda al reloj

Jesús Hernández es un hombre perseverante hasta la obsesión. Le sorprendió que en una entrevista el historiador Antony Beevor dijera que uno de los secuaces de Hitler le birló el reloj al cadáver de éste cuando lo conducían para quemarlo en el patio del bunker de la Cancillería. "Pensé que era un error de Beevor porque es sabido que Hitler se pasaba el día preguntando la hora a sus generales". Ante la evidencia fotográfica -aportada por quien escribe estas líneas- de que Hitler sí llevaba reloj, de bolsillo, regalo de cumpleaños en 1929 de su hermana Angela y sus sobrinas Friedl y Geli Raubal, quedó algo estupefacto. Hasta que descubrió en el testimonio de la secretaria de Hitler Christa Schröeder (Doce años junto al Führer, Pagés Editors) que Hitler llevaba siempre ese preciado reloj en un bolsillo de la chaqueta "pero nunca le daba cuerda, por lo que se veía obligado a pedir la hora continuamente".

Hernández está siempre a la búsqueda de anécdotas. Sabe un montón, pero agradece que se le proporcionen más. Como la de que Hitler le prohibió tajantemente a Rommel que se fotografiara en camello, algo que le parecía propio de espíritus raros y extravagantes como Lawrence de Arabia e indigno de un mariscal suabo del Reich.

El deporte durante la II Guerra Mundial, señala Hernández, es una rica fuente de anécdotas. En 1942, en el Kiev ocupado, los alemanes hicieron jugar al Dynamo contra una selección de su Ejército reforzada tramposamente con jugadores del Flakelf de Primera División. Ganaron los ucranianos 4-1, pero los nazis represaliaron a los jugadores.

domingo, febrero 05, 2006

Las cien mejores anécdotas de la 2GM



Me gustan los DVD´s que tienen como opción oir la voz del director mientras se ve la peli, porque va explicando qué es lo que pretendía en determinada escena, los esfuerzos que le costó rodarla, etc.
En este caso voy a explicar brevemente la génesis de mi primer libro. En 1999, leyendo los tomos de Time Life de la 2GM, pensé que podría ser interesante explicar los hechos más curiosos de ese conflicto. Me puse manos a la obra y escribí un original, que comencé a enviar a las editoriales. Todas ellas me respondían lo mismo (deben tener un modelo de carta para estos casos), diciendo que el libro estaba muy bien "pero que ahora mismo no entra en nuestros planes editoriales", o me decían que estos supuestos planes los tenían comprometidos hasta el 2010, por lo menos, pero eso sí, me deseaban mucha suerte en el futuro.
Seguí enviando el libro hasta que una editorial de Málaga llamada BmmC se interesó y me dijo que lo publicaría. Estuvieron trabajando con el original durante varios meses y me enviaron una maqueta en PDF. Pasaron los meses y no tenía noticias de ellos, hasta que ví que habían cerrado la editorial. Continué mandando manuscritos con el mismo resultado -me rechazaron un total de 24 editoriales- hasta que me harté y decidí publicarlo en una editorial que los edita si tú los pagas. Así lo hice y, tras pagar religiosamente, en diciembre de 2003 ya tenía mis 300 ejemplares de "Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial" en cajas.
Afortunadamente, por pesao me dejaron que los depositase en una librería céntrica de Barcelona (lo que aceptaron a regañadientes) y el libro (para sorpresa de ellos y alegría mía) comenzó a funcionar. Entonces, el dueño de Inédita Editores lo vio por casualidad y le gustó, me llamó y me propuso publicarlo. A partir de ahí, ya todo ha ido sobre ruedas.
En mayo de 2004 se publicó en tapa dura y pasó a estar en FNAC, La Casa del Libro, El Corte Inglés, etc. Hasta ahora se han vendido cuatro ediciones en tapa dura y ahora mismo acaba de salir ya la segunda en bolsillo. Como véis, publicar no es nada fácil, pero sí eso se os ha pasado por la cabeza, para conseguirlo hay que seguir las tres reglas de oro que Woody Allen estableció para alcanzar el éxito: "Insistir, insistir e... insistir".

sábado, febrero 04, 2006

Presentación

Soy Jesús Hernández, escritor y periodista. Hasta la fecha he publicado tres libros: "Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial" (Inédita Ediciones, 2004), "Hechos insólitos de la Segunda Guerra Mundial" (Inédita Ediciones, 2005) y "¡Es la guerra! Las mejores anécdotas de la historia militar" (Puzzle Editores, 2005).Gracias al google he podido comprobar que son muchos los aficionados a la Segunda Guerra Mundial que han leído mis libros y que dejan sus comentarios sobre ellos en los foros sobre este tema. Me alegro de que las líneas que tecleo en el ordenador sirvan para que personas anónimas y desconocidas para mí pasen unos buenos ratos. Por ejemplo, hace un mes iba en el metro y ví como un tío que estaba de pie, al lado mío, cogido a la barra, iba leyendo... ¡mi libro de "Es la guerra"!Quizás tenía que haberme presentado y decirle que yo era el autor de lo que estaba leyendo, pero no le dije nada, le observaba y veía que se lo estaba pasando bien porque no dejaba de leer pese a los vaivenes que daba el metro, así que con eso ya era suficiente...A lo largo de las entradas de este blog que ahora inauguro iré dejando mis impresiones y espero que los lectores me hagan llegar sus observaciones para poder ir mejorando en libros sucesivos, como los que están a punto de salir y que pronto anunciaré.